Francia acaba de anunciar la apertura de un nuevo “Centro Pompidou” -como si dos fueran posibles- en Shanghái. Ya existe un clon en Málaga y el Louvre abrió una sede espectacular en Abu Dabi recientemente. ¿Adónde va esta fiebre por las franquicias culturales?
Lo que Emmanuel Macron logra con este acuerdo tiene poco que ver con el Arte Contemporáneo y la prueba definitiva es un repaso a la negociación que se ha prolongado 12 años -desde la presidencia de Chirac- y que solo ha tratado del tema inmobiliario, aún no se conoce ni un brote del proyecto cultural que hay detrás, aunque el director del Pompidou francés juntó ayer buenas palabras en la presentación para definir lo indefinible: “Será un modelo adaptado a China, su cultura, su historia y su historia artística. Se trata de un modelo francés, flexible, que, en este caso, servirá de puente y diálogo entre las culturas de oriente y occidente”. Si hablásemos de un automóvil, o de una red de ferrocarriles, valdrían las mismas palabras.
Así que tenemos ya definida parte de la historia: por un lado la franquicia, pura carcasa vacía, la marca Francia disponible para dar, a través del soft power que otorga lo que llamamos aquí diplomacia cultural, un salto cualitativo en las relaciones con puntos de interés nacional para una Francia que tiene muchos problemas pero que tiene muy claro el valor de la estrategia cultural (esa expresión que España tendría que tomarse mucho más en serio).
No se trata solamente de una colección permanente o de muestras temporales, la cuestión es abrir esa puerta de presencia -en la que ya se confiesan intereses empresariales para la construcción del nuevo centro en el estuario del Huangpú, un barrio en reconversión que ya tiene nombre de esperanza financiera, el Nuevo Huangpu. Es una lección aprendida del llamado efecto Guggenheim -éxito del que nosotros fuimos objeto tanto como sujeto en Bilbao- que demuestra la capacidad de la cultura para generar nuevas relaciones, innovación, oportunidades, negocio y gentrificación. Y prestigio, esa capa que cubre elegante la prosaica realidad de los magos.
No es fácil imaginar a España exportando Prados por doquier. Es un modelo un tanto especulativo que traería problemas a la larga. Sí que hemos exportado a precio de oro exposiciones de los fondos de nuestra primera pinacoteca, que es otra manera de mover la marca internacional. Pero en este siglo en el que el papel de Europa se parece cada vez más al de la ciudad de vacaciones, un destino turístico que concentra historias, artes y cánones bastante superados, algo hay que hacer para mostrarse. Los países conscientes de su potencialidad utilizan la estrategia cultural como una vía de futuro. Ya estamos tardando.
España aún anda en mantillas en lo que se refiere a la cultura como cuestión de Estado y, sin embargo, tiene mucho más potencial, incluso, que la vecina Francia. Primero por la necesidad de orientar a nuevos modelos la presencia de nuestro país en Iberoamérica, un continente con el que compartimos idioma, cosmovisión y valores, y donde es urgente redefinir nuestro papel. Allí deberíamos volcar buena parte de nuestra fuerza cultural para lograr, en un trabajo conjunto con los países hermanos de América (incluso en EE.UU. donde la cultura hispana es pujante) que permita mejorar la posición y la presencia de lo hispánico en el mundo, con mucho más sentido y profundidad de lo que lograríamos con la franquicia de un museo.
En este sentido hay en marcha iniciativas prometedoras, como la Fundación para la Civilización Hispánica, un proyecto que dará mucho que hablar muy pronto. Pero habría que extender a las Universidades e instituciones científicas esta política de cooperación y búsqueda de un espacio común en el que 500 millones de personas nos podemos sentir partícipes. Estrategia es una palabra que todo político dedicado a la cultura o la diplomacia debería ponerse en el imán de la nevera estos días. Y las empresas españolas, las que tienen intereses en América, deben ser agentes de este cambio de mentalidad.
La oportunidad está ya al alcance, del lado de la historia, con los quintos centenarios que vienen en fila: la primera vuelta al mundo de Magallanes y Elcano, la conquista de México… y tantas otras grandes gestas que toca conmemorar aquí y allá. Mejor si lo hacemos juntos, y aprovechamos la tecnología y las relaciones científicas y culturales para convertirlo en un logro de la diplomacia cultural, la de allá y la de aquí. Porque si no asistiremos a los viejos clichés que han impedido llegar a la verdad, per aumentados.
Un proyecto que permita una relectura de cuatro siglos de historia común basado en el conocimiento y en la ciencia y no en la leyenda negra y los viejos prejuicios sería ya un impulso notable. ¿Seremos capaces de poner toda la carne en el asador? El año pasado hablábamos incluso de un proyecto conjunto con México para excavar un galeón y permitir que emerja de sus restos la foto de aquella sociedad pujante, mestiza, que viajaba embarcada, sometida a las tensiones de la primera globalización que borrará de un plumazo las ideas prejuiciosas sobre los sanguinarios conquistadores y la explotación sin reverso de la que viven los más cerriles indigenismos y, gracias al aplauso de los tiranos, la indigencia intelectual de la extrema izquierda que no puede ver a Colón ni celebrar nada que no surja de la tristeza en la que pesca sus votos.
Claro que hay un reverso, un lado oscuro, que debemos también conocer. Pero ese lado cruel de la conquista es historia, y como tal debe asumirse, y además no es toda la historia, sino la única parte que daña nuestro futuro. Hay mucho que leer para llegar a una perspectiva bien informada que rompa los prejuicios. Aquí ayudarían un par de buenas películas -el cine como relato audiovisual es medular en la cultura actual y es incomprensible cómo no existe un Master & Commander hispano, un biopic sobre Gálvez, Blas de Lezo o el gran 007 ilustrado que fue Jorge Juan-. Ni el más cenizo de los progres mál entendido puede tiznar con sus tristezas todos los logros, inmensos, que en común pudimos alcanzar los españoles de las dos orillas del Atlántico, hoy ciudadanos de países hermanos.
Pero es que en España nos ha dado pudor -o más bien canguelo- coger ese toro por los cuernos y mostrar de qué estábamos hechos en realidad: no solo de fiereza y poderío militar, también pactos y mestizajes (¿Cortés?) y de imprentas, universidades y conventos. Lean también esto. Viajen a ese tiempo. Ya que dimos la vuelta al mundo, démosle la vuelta a todo esto.
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