«La guitarra arrastra a todo el cuerpo y me permite expresar cosas con la voz. Las manos tiran de la garganta para sacar de dentro ideas que es imposible representar con samples», explicaba Matt Elliott a «El Cultural» en 2006. Tan solo hacía tres años que el músico de Bristol (Inglaterra) había decidido sepultar todo el legado electrónico que había construido como Third Eye Foundation en los 90, para comenzar una nueva carrera dentro del folk. Una de las huidas hacia delante más sorprendentes, arriesgadas y singulares de la música de este siglo, justo en el momento en el que mayor notoriedad había alcanzado, después de firmar uno de los discos más influyentes de drum and bass de la época: «Semtex» (1996).
«Simplemente me di cuenta de que me aburría programando baterías», cuenta ahora Elliott, una década después, antes del comienzo de su gira española este miércoles en la sala Clamores de Madrid. Grupos con los que se le había emparejado hasta ese momento —My Bloody Valentine, Portishead, Massive Attack o Tricky— dejaron de ser compañeros de viaje en el imaginario popular. Y renegó también de las remezclas que había realizado para artistas como Amp, Hood, Yann Tiersen, Mogwai, The Pastels o Thurston Moore (Sonic Youth). Los sintetizadores y las máquinas ya no le hacían feliz, así que, utilizando una guitarra clásica que le dejó en casa una buena amiga que se marchó de Bristol, comenzó su conversión hacia las seis cuerdas. Y todo ello sin pasar por el pop. «No me interesa nada —aseguraba en aquella misma entrevista de 2006—. Cuando me mudé a Francia, me aislé de ese mundo. De vez en cuando creo estar ante algo interesante, como Beirut, pero a la tercera escucha me doy cuenta de su banalidad. La música pop es el negocio, la obligación de consumir, el capitalismo, el McDonald’s».
Su primer disco como Matt Elliot lo publicó en 2003, «The Mess We Made». Ya no necesitaba un pseudónimo bajo el que esconderse. En 2005 editó su álbum más aclamado, «Drinking Songs», con el que se ganó una nueva legión de seguidores. Después llegaron otros seis, con una temporada viviendo en Madrid incluida. Su último trabajo vio la luz el año pasado, «The Calm Before» (Ici d’Ailleurs), con canciones que se acercan a los 10 minutos y alguna que supera los 14. Casi nada.
—¿Cuáles son tus primeros recuerdos musicales?
—Crecí en el seno de una iglesia ortodoxa rusa y, cuando mi madre me llevaba a misa, toda aquella música coral que escuchaba me parecía muy bella. Tendría unos siete u ocho años y recuerdo que intentaba entender cómo y por qué esas canciones me removían tantos sentimientos por dentro.
—A los 16 años comenzaste a trabajar en una tienda de discos de segunda mano de Bristol. ¿Qué significó para ti aquello?
—Se llamaba Revolver y fue genial. Toda una época de aprendizaje para mí, básica en mi educación. El propietario, Roger Doughty, era toda una leyenda. Conocía mucha más música que cualquier otra persona que yo haya conocido en mi vida. Cuando empecé a trabajar allí, mis gustos musicales eran muy limitados. Básicamente escuchaba a The Cure, Joy Division, Dinosaur Jr., Pixies, Sonic Youth o My Bloody Valentine. Sin embargo, cuando dejé la tienda 12 años después, escuchaba durante horas todo tipo de discos raros de Sun Ra, John Coltrane, Albert Ayler, King Tubby, Joe Gibbs, Can, Faust, Brainticket, Tuxedomoon, Matt Johnson, Throbbing Gristle, Corpses As Bedmates y hasta música folk de Irán, Vietnam o cualquier lugar más lejano. Fue como absorber toda la música grabada de la historia. La mejor educación musical que alguien podía recibir entonces, ya que ahora tienes millones de álbumes extraños a un clic de distancia.
—¿Y cómo viviste en ese ambiente la eclosión del trip hop y de toda aquella escena de Bristol a principios de los 90?
—Yo era un gran fan de Tricky. Para mí representaba todo lo que Bristol era, desde su oscuridad hasta su belleza. Aunque no vivo allí desde hace 16 años, fui muy afortunado de crecer en esa maravillosa ciudad en aquel momento, un lugar muy cosmopolita que albergaba a muchas culturas diferentes. Todo el mundo era consciente de que algo estaba pasando allí, pero, como suele ocurrir, no fuimos capaz de apreciarlo hasta que pasó el tiempo. Tricky, Portishead y Massive Attack pusieron a Bristol en el mapa del mundo y son ejemplos excelentes de la música británica moderna. Cambiaron el paisaje musical de una manera muy positiva.
—¿Tuviste trato con ellos?
—No los conocí personalmente. Coincidí con Tricky alguna vez, pero muy brevemente. Con Geoff Barrow [productor y multinstrumentista de Portishead], en dos ocasiones. Adrian Utley [Portishead] entraba de vez en cuando en la tienda de discos.
—¿Recuerdas cómo te sentiste cuando conseguiste dedicarte profesionalmente a la música?
—Bueno, lo cierto es que aún pienso constantemente que, en cualquier momento, podría verme obligado a buscar otro trabajo. No hay ninguna seguridad en la música. El consumo actualmente es completamente diferente a cuando yo empecé. Me siento muy triste por la próxima generación de músicos, ya que les va a resultar muy difícil empezar de cero y ser profesionales algún día. Cada vez hay menos gente que quiera pagar por los discos y la situación es cada vez más complicada. Ni siquiera yo soy capaz de ver mi futuro más allá de los próximos seis meses y, sin embargo, estoy más acostumbrado que nunca a esta situación. Constantemente pienso que esto se podría terminar en cualquier momento.
—¿Y recuerdas que hiciste con el primer dinero que ganaste con tu música?
—Supongo que pagar el alquiler, comprar comida y hacerme con algo de equipo para seguir creando. Para ser honesto, no lo recuerdo muy bien.
—¿Te afectó de alguna manera el repentino éxito de «Semtex» en 1996?
—Me puse muy contento de que aquel primer disco tuviera algún tipo de reconocimiento, claro, y tuve la suerte de que les gustara a algunos periodistas importantes. Pero aquello significó para mí, sobre todo, que iba a poder hacer un segundo álbum.
—Third Eye Foundation era normalmente considerado un proyecto de música electrónica y asociado al trip hop, aunque colaborahas con bandas como Mogwai o The Pastels y músicos como Yann Tiersen o Thurston Moore. ¿Te sentías extraño dentro de aquella etiqueta?
—A la música que hacía como Third Eye Foundation solo se la ha etiquetado como trip hop recientemente, pero no me molesta. De alguna manera, era parte de aquel sonido entendido de una forma más amplia… supongo.
—¿Escuchas algo de música electrónica ahora?
—No demasiada. Me encanta el último álbum de Flying Lotus y me parece genial lo que hace Mount Kimbie. También The Bug me ha parecido siempre una opción a la que echar mano dentro de la música electrónica. Algunas de sus canciones de dubstep me parecen bonitas, pero lo cierto es que cuando busco música para escuchar mientras cocino, cualquier disco de música clásica es bueno. Últimamente no paro de escuchar, casi exclusivamente, rocksteady [estilo musical aparecido en Jamaica hacia 1966, considerado el sucesor del ska y el precursor directo del reggae]. Me recuerda a los días embriagadores en los bares jamaicanos de Bristol cuando era joven.
—¿Qué fue lo mejor y lo peor de la época de Third Eye Foundation?
—Podría mencionarte muchos buenos momentos, como conocer y trabajar con personas a las que admiraba y que, incluso, me admiraban a mí. ¡Asombroso! El principal remordimiento que tengo es que me hubiera gustado tener medios para hacer conciertos más interesantes y haber estado un poco menos pendiente de mi ego, tal y como le ocurre a muchos músicos que empiezan y obtienen reconocimiento. También me hubiera gustado haber girado más. Decía que no a muchos conciertos que me ofrecían.
—Pues ahora no paras. Hace solo un año que estuviste en Madrid. ¿Te gusta actualmente estar fuera de casa tanto tiempo?
—Ahora vivo altibajos emocionales durante las giras, sentimientos muy extremos al respecto. Paso momentos muy alegres, pero, a menudo, otros muy estresantes y realmente cansados. Lo que más vivo son momentos de mucha soledad, pero cuando la audiencia es agradable, y suele serlo, el sonido es bueno y no tengo ningún problema técnico del que preocuparme… ¡me encanta! Es el mejor trabajo del mundo. Pero no, no soy un viajero feliz. Odio los aviones, me estreso en los coches y me aburro en los trenes.
—¿Durante tu juventud no tenías ninguna guitarra acústica cerca?
—En mi casa había un piano de pared y mi hermana tenía una guitarra clásica, pero como yo era un idiota, le puse cuerdas metálicas y la rompí.
—¿Escuchabas algún tipo de música folk en los 90?
—Me gustaba mucho Nick Drake o, incluso, Tim Buckley, después de haberle odiado al principio. También me gustaba el folk alternativo de Current 93 y, a veces, escuchaba folk de otras partes del mundo de forma aleatoria, de países como Turquía o Mongolia. Aunque lo cierto es que no era realmente un gran seguidor de la música folk en aquellos años.
—¿Y por qué decidiste comenzar a grabar discos de folk con una guitarra acústica?
—A los 16 años cambié una bicicleta muy buena que tenía por una guitarra eléctrica y un amplificador, llegando a tocar en pequeñas bandas como Movietone. A mediados de los 90 abandoné el instrumento y comencé a sacar discos como Third Eye Foundation, pero cuando estaba metido en la producción de «I Poo Poo on Your JuJu», en 2001, simplemente me di cuenta de que me aburría programando baterías. En aquel momento me estaba mudando de casa continuamente y una buena amiga me dejó su guitarra clásica al marcharse de Bristol para regresar a Turquía. Entonces comencé a grabarme tocándola y me di cuenta de que era malo. Escuchaba muchos defectos, así que me empeñé en aprender a tocarla con los dedos. En primer lugar lo conseguí con el pulgar y el índice y, poco después, al ver en la televisión una actuación de Filomena Moretti tocando la guitarra clásica, me impresionó tanto que me puse a reaprender nuevamente, esta vez con todos los dedos. En ese momento pensaba lo que sigo pensando hoy: dentro de diez años seré bueno.
—¿Cuántas horas practicas al día ahora?
—Toco cuando me apetece. A veces son tres horas y, otras, tres minutos. Tocar la guitarra es una gran terapia, buena para el alma. Se lo recomiendo a todo el mundo.
—Cuando diste aquel salto mortal en tu estilo, ¿recuerdas estar preocupado por la aceptación que tendría tu primer disco como Matt Elliott y tu futuro en la música?
—En realidad no estaba lo suficientemente asustado y eso que, evidentemente, era como volver a empezar de nuevo. Asumí que todo el mundo escucharía el disco y le gustaría. Y eso que acababa de dejar Domino, porque estaba muy ocupado con Franz Ferdinand. Me uní a Ici D’ailleurs, la discográfica francesa con la que llevo trabajando 15 años muy feliz.
—Eres muy accesible con tus seguidores en las redes sociales. ¿Es una decisión consciente?
—Sí. Cuando tenía 17 años, una de las bandas a las que amaba era Disco Inferno [grupo de rock experimental de Essex, Inglaterra, que estuvo activo desde 1989 hasta 1995]. Recuerdo que una vez les escribí diciéndoles que su música me encantaba y preguntándoles por cómo podía conseguir uno de sus primeros epes, así como sus letras. Aunque no fue Ian Crause, los otros miembros me escribieron una carta en la que incluían el epe por el que me había interesado y me explicaban que ni siquiera ellos podían ver las letras escritas por Ian, pero que esperaban que disfrutara igualmente el disco. Estaba tan emocionado por esa muestra de bondad y generosidad que me dije que, si alguna vez me convertía en músico, yo me comportaría de la misma manera.
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