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Blogs Un poco de silencio, por favor... por Israel Viana

La hipnosis de Dead Meadow

La hipnosis de Dead Meadow
Jason Simon, de Dead Meadow, en concierto
Israel Viana el

He de reconocer que cuando el viernes fui a ver a Dead Meadow en la sala Taboò –dentro del Festival Villamanuela que se celebró entre el jueves y el sábado en el madrileño barrio de Malasaña, con una filosofía muy alejada de los cansinos megafestivales indies– iba más movido por el hecho de que el grupo había sido apadrinado en sus inicios por el bajista de Fugazi, Joe Lally, que por un conocimiento profundo de su discografía. Suelo hacer estas cosas de ir a ver a grupos que, de alguna manera u otra, están emparentados con otras bandas, músicos o sellos a los que admiro, aunque no los haya escuchado mucho antes. Y, ciertamente, no siempre sale como uno espera.

Este fue el caso de este trío de Washington D.C. Formado en 1998, hasta el día de hoy Dead Meadow ha grabado ocho discos, uno de ellos en directo, y una Peel Session en 2001. Se trata, además, de la primera realizada fuera de los afamados estudios de la BBC en Londres, que fueron sustituidos en aquella ocasión por el de sus amigos de Fugazi en la capital de Estados Unidos («en aquella época no teníamos dinero ni ninguna gira programada por el Reino Unido, pero como John Peel nos quería grabar, permitió que hiciéramos aquella sesión en nuestra casa», comentó el bajista entonces).

No es mala carta de presentación para mí. Ese interés del señor Peel y el entorno de Ian McKaye son coordenadas suficientes para esperar un directo respetable. Y si a eso unimos que sus tres primeros discos para Matador, tras abandonar Tolotta Records, el sello de Lally -«Shivering King and Others» (2003), «Feathers» (2005) o «Old Growth» (2008)- contienen algunas joyas escondidas, ya tenía plan más que apetecible para el viernes por la noche.

Esos riffs setenteros, esa voz que parece venir de muy lejos y esas progresiones plomizas que a veces dejan escapar la luz con alguna bonita melodía son capaces de hipnotizar a cualquiera. Y conmigo por momentos lo consiguieron. Las idas y venidas de las guitarras de Jason Molina –sobrino de David Simon, el creador de la imprescindible serie The Wire, para los entendidos– y esa base seca y contundente del bajo y el batería (Steve Kille y Mark Laughlin) terminan envolviéndote como en un pequeño viaje lisérgico en el tiempo lleno de patillas, pantalones campana y camisas de cuadros. Del Woodstock del 69 a la psicodélica década de los 70. Y un servidor le coge cierto gustillo, menea la cabeza un rato y disfruta incluso con el rictus de unos músicos cuyos movimientos brillan por su ausencia.

Pero ya, al cabo de un rato los argumentos se acaban. La fotografía en color sepia se va borrando y me doy cuenta de que el agradable sueño era solo una cabezada. El haber sido ahijados del bajista de Fugazi no es suficiente, sobre todo para alguien como yo que no es un amante exclusivo de esas guitarras demasiado protagonistas. A los 45 minutos de concierto uno cree que ya lo ha escuchado todo. Que ya nada le va a sorprender. Y aunque aún pudiera guardar alguna esperanza de volver a sonreír, poco más de una hora después de iniciado el concierto, las luces se encendieron y de vuelta al siglo XXI.

Pobre de aquellos que pagaran 25 euros solo para ver a Dead Meadow, aunque solo fuera por el tiempo que estuvieron sobre el escenario. Pero es lo que tienen los festivales, aunque sean tan prometedores como éste que trata de reivindicar la personalidad y el estilo de un barrio con tanta vida como el de Malasaña y alrededores. Estaremos atentos a próximas ediciones.

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