Madrid celebra estos días la que posiblemente sea una de sus fiestas más castizas, la verbena de la Paloma. Todavía con muchas precauciones por la pandemia, los vecinos del centro de la capital han engalanado sus calles para que locales y foráneos puedan disfrutar, al menos un poco, de esta tradición tan nuestra. Este año el Ayuntamiento ha previsto actividades y conciertos en el jardín de las Vistillas, donde sonarán los organillos para que bailen chulapos y chulapas, barquilleros, cigarreras y violeteras.
En esta época suele ser habitual que los teatros programen La Verbena de la Paloma, uno de los máximos exponentes de la Zarzuela. Este año la compañía lírica Luis Fernández de Sevilla la está representando en el Teatro EDP Gran Vía. Lo cierto es que esta obra ya forma parte del patrimonio de los madrileños, porque es una fiel representación de la sociedad en la que se compuso y de nuestra fiesta.
Éxito rotundo
La Verbena de la Paloma se estrenó con un éxito rotundo en 1894. El desaparecido Teatro de Apolo acogió este espectáculo que causó fervor entre el público y la crítica. En la prensa de la época se pueden leer numerosos elogios. Los periódicos hablaban entonces de la entrega total del público. Los causantes del éxito fueron el compositor Tomás Bretón y el letrista Ricardo de la Vega. El tándem de talentos se dio de casualidad, pues el dramaturgo madrileño había pensado en Federico Chueca para ponerle música a su sainete, pero cuando fue a proponérselo este no se hallaba en casa. Ante tal ausencia, Ricardo de la Vega dio con Tomás Bretón y el resto ya es historia.
El argumento de la obra que hoy nos ocupa no es baladí y menos en el momento en que se escribió. A finales del siglo XIX esta zarzuela aborda las relaciones de pareja, el coqueteo de la época y los celos. Tanto es así, que el subtítulo es “El boticario y las chulapas y celos mal reprimidos”. Lo curioso es que el libreto está basado en una historia real. En una de sus frecuentes visitas a la imprenta, Ricardo de la Vega escuchó cómo un trabajador se lamentaba de que a su novia le gustaba coquetear con un veterano boticario sólo para darle celos a él. Así nacieron Susana y Don Hilarión, pues esta anécdota sirvió de inspiración para la creación de una de las historias madrileñas más universales.
Ricardo de la Vega situó los hechos en la castiza verbena de La Paloma, todo un acierto pues en la actualidad esta zarzuela se ha convertido en una parte fundamental de la festividad, remontándose su origen al siglo XVIII, cuando unas monjas descubrieron en un corralón el cuadro anónimo de la virgen de la Soledad, el mismo que se encuentra en la actualidad en la iglesia de la Paloma, el que cada año bajan del retablo los bomberos para que salga en procesión. En la actualidad sabemos que una vecina de la calle de la Paloma, Isabel Tintero, expuso el cuadro en su casa, lo que hizo que los vecinos la empezaran a llamar Virgen de la Paloma y no de la Soledad.
Los bomberos realizan la bajada del cuadro desde el año 1923, cuando los feligreses les pidieron ayuda para poder sacarla en procesión. No es casualidad que esta sea, además, la patrona del Cuerpo. La de la Paloma es una de las fiestas más alegre de la capital: mantones, chulapos, gallinejas, limonadas… A pesar de las restricciones y la precaución que exige el momento, los madrileños llevan el júbilo por dentro para gritar un año más, ¡viva la Virgen de la Paloma!
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