Dice Quevedo en sus “Migajas Sentenciosas”, “creyendo lo peor, casi siempre se acierta”. Pensamiento sobre el que vuelve más tarde Balmes al señalar que “el mundo cree dar una regla de conducta muy importante diciendo: piensa mal y no errarás”.
No creo equivocarme si digo que casi todos nosotros hemos oído alguna vez esta breve sentencia y que, lejos de detenernos a analizarla, la hemos dado por cierta. Lo cual supone, de entrada, tener un concepto no demasiado elevado del ser humano. Por eso, conviene preguntarse sobre si esa máxima es acertada o contraria a la sana razón.
Aunque se me tache de ingenuo, prefiero creer en la bondad general del ser humano que en su maldad intrínseca. Razón por la cual me convences los razonamientos que sobre este punto expresa el propio Balmes.
La tesis de este filosofo catalán es que “el hombre ama naturalmente la verdad y el bien, y no se aparta de ellos sino cuando las pasiones lo arrastran y extravían”. Sostiene, en consecuencia, que la inclinación del hombre por la mentira y las malas acciones es ocasional, no permanente. Y añade que si los hombres estuviésemos de continuo abandonados a las malas inclinaciones seríamos verdaderos monstruos a los que la sociedad acabaría apartando del trato con nuestros semejantes.
Concluye Balmes afirmando que el juzgar mal no tiene el debido fundamento y que tomar la malignidad por garantía de acierto es tan irracional como “si habiendo en una urna muchísimas bolas blancas y poquísimas negras se dijera que las probabilidades de salir están a favor de las negras”.
Comprendo que hoy no se lleva la candidez y que carecer de malicia y de doblez en este mundo plagado de supuestos malvados puede ser tomado como un signo de simpleza. Pero cuando se piensa de ese modo tengo para mí que se confunden la bondad y la inteligencia. Y como todos sabemos, la primera es una cualidad del espíritu que consiste en la inclinación natural a hacer el bien, mientras que la segunda es una capacidad del entendimiento que tiene que ver con el acto de comprender.
Es verdad que, justamente por su capacidad de conocer el mal, el inteligente puede ser más mucho más malvado que quien no lo es, pero ser ruin y depravado no creo que sea algo de lo que uno deba sentirse orgulloso y presumir.
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