Como modesto homenaje a las víctimas de los atentados cometidos ayer en París por enloquecidos Yihadistas, me permito reproducir una parte del Post publicado el 5 de septiembre en este blog:
“En algunos artículos anteriores, reproduje pasajes, siempre cortos, de una de mis obras “de cabecera”, titulada “Castellio contra Calvino. Conciencia contra violencia”, de Stefan Zwieg, por lo atinadas que eran las opiniones que expresaban.
En esa línea, y viendo las salvajadas que están cometiendo unos individuos que dicen actuar en nombre de un Ser Superior, me permito reproducir textualmente un pasaje del prólogo de la obra “Sobre los herejes (De haerecticis)” escrita por Castellio en 1554, por el que, según Stefan Zweig, el nombre de Castellio tendría que ser inmortal en una historia de la tolerancia. El fragmento reproducido en la citada obra de Zwieg dice textualmente:
“Oh, Cristo, Creador y Rey del mundo, ¿ves estas cosas? ¿Te has convertido realmente en otro distinto del que eras? Cuando viniste a la Tierra, no había nada más apacible, nada más bondadoso que Tú, ninguno que soportara las ofensas más indulgentemente. Insultado, escupido, burlado, coronado con espinas, crucificado entre ladrones, en medio de la más profunda desesperación rogaste por aquellos que te infligieron todas aquellos agravios e injurias. ¿Es cierto que has cambiado? Te lo ruego por el nombre de Tu Padre: ¿ordenaste Tú realmente que aquellos que no siguen todos Tus preceptos y mandamientos tal y como postula Tu enseñanza, fueran ahogados, desgarrados con tenazas hasta las entrañas, sus heridas espolvoreadas con sal, mutilados con espadas, quemados en un pequeño fuego y torturados hasta la muerte tan lentamente como fuera posible y con todo tipo de suplicios? Oh Cristo, ¿realmente apruebas esas cosas? ¿Son realmente Tus siervos quienes disponen tales carnicerías, quienes de ese modo desuellan y descuartizan a la gente? Y cuando ponen Tu nombre por testigo, ¿estás Tú realmente en esas atroces matanzas como si tuvieras hambre de carne humana? Si Tú, Cristo, ordenaras realmente estas cosas, ¿qué le quedaría a Satán? Oh, terrible irreverencia, creer que Tú podrías hacer esas cosas, las mismas que él. Oh, audacia infame de los hombres: atribuir a Cristo lo que solo puede ser voluntad e invención del demonio.”
No me atrevo a añadir absolutamente nada”.
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