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Blogs Puentes de Palabras por José Manuel Otero Lastres

Los maldicientes

José Manuel Otero Lastres el

Por lo general, las personas normales y equilibradas –que es con las que creo que se identificarán mayoritariamente mis lectores- suelen hablar bien de los demás y sobre todo si son amigos. Lo cual no quiere decir que en alguna ocasión aislada puedan decir algo negativo de otros, incluidos los incondicionales.

Pero todos conocemos a sujetos que son detractores ajenos por hábito. De ellos, los hay, sobre todo, de dos tipos. Unos, que lo hacen con gracia: maldicen de los demás pero sin aparente acritud y ganándose la sonrisa ajena. Pero no son pocos los que, además de no regalar el más mínimo adjetivo laudatorio a cualquiera -y, por supuesto, aunque sea del todo merecido-, tienden a minimizar el éxito ajeno con hiriente mordacidad.

A estos últimos se les ve venir por su habitual acidez, y, por eso, parecen menos peligrosos. Con los otros, en cambio, se tiende a ser más tolerante. Como critican con gracia, parece que hacen menos daño. Pero precisamente por eso suelen ser más eficaces en sus desdenes con el prójimo.

En lo que no suele reparar la gente es en que el detractor ajeno, sea de un tipo u otro, lo es con todos y siempre con el que no está delante. Por eso, los que les siguen las “gracias” disfrutan en cierto modo con las críticas aceradas a los ausentes, sin pensar casi nunca que ellos cuando se ausenten se convertirán también en blanco de las mordaces apreciaciones del maldiciente. La pregunta que pocas veces nos hacemos es ¿por qué razón va a criticar a éste y a mi no? Y la explicación es porque la cobardía habitual del detractor habitual le impide enfrentarse con los presentes.

Los maldicientes suelen ocultar un complejo o causa de infelicidad que les lleva a mirar siempre la paja en ojo ajeno en lugar de ver la enorme viga que tienen en sus propios ojos. Aunque alguna vez hagan gracia, suele rodearlos un mal ambiente que hace la atmósfera irrespirable. Allá cada uno con lo que decida, pero el aire corrompido que acompaña a los criticones acaba por asfixiar incluso a los que tengan los pulmones muy potentes.

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