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Blogs Puentes de Palabras por José Manuel Otero Lastres

Ay, Jordi, ¡qué rabia que existan hemerotecas!

José Manuel Otero Lastres el

Nos soy de guardar muchos recortes de periódicos, pero cuando conservo alguno es porque hay algo en él que me mueve a hacerlo. Uno de estos días rebuscando entre los papeles que me traje a Galicia para una finalidad que nada tiene que ver con la de escribir en el blog, encontré la página 24 del diario El Mundo del sábado 24 de marzo de 2012. Estoy convencido de que la guardé porque al leerla debí de quedarme perplejo. Con grandes caracteres el encabezamiento de la noticia rezaba: “Pujol llama a Convergencia a liderar una “batalla épica” contra el Estado”. Hasta esa intervención había tenido a Jordi Pujol por un nacionalista moderado y me llamaba poderosamente la atención aquella propuesta tan extremista.

El resto de la noticia era que Jordi Pujol, “sumo sacerdote del nacionalismo catalán” había dado su visto bueno a la estrategia del 16º Congreso de su formación, celebrado en Reus, que se resumía en –y cito textualmente- “el pacto fiscal es el primer paso; la plena soberanía es el destino final”.

Según reseñaba el periódico, su intervención había estado plagada de referencias hechas en un lenguaje bélico más propio de otros ámbitos que de un Congreso de un partido de centro sustentado por la burguesía catalana. Decía entonces Pujol “vienen tiempos difíciles” en los que CiU será “la tropa de choque”. Y añadía “si alguien es capaz de ganar esta batalla de cariz épico, somos nosotros. Es la división que, en medio de una batalla, se encuentra exactamente donde se decide la batalla”.

Es verdad que en aquel Congreso CiU reaccionaba tan duramente porque ya se había dictado hacía poco la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña, la cual había sido considerada por los nacionalista catalanes como un ataque del Estado contra Cataluña. Pero no lo es menos que una respuesta tan desproporcionada de un partido que había contribuido en algunas ocasiones –nunca gratuitamente, es verdad- a la gobernabilidad de España, parecía, cuando menos, sorprendente y completamente fuera de tono.

Hoy se entiende todo mucho mejor. Al que entonces era denominado el “sumo sacerdote del nacionalismo catalán” le venía personalmente muy bien que su partido controlara la fiscalidad catalana, y todavía mucho mejor que su país lograra la independencia. Así, solamente tendría que rendirse cuentas (es un decir) a sí mismo; por tanto, ni al resto de los españoles, ni tampoco a sus paisanos catalanes. No era mala jugada, de  no ser porque entonces no podía imaginarse que iba a tener que confesar públicamente –sin duda, pare evitar males mayores- que era un defraudador.

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