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Blogs Puentes de Palabras por José Manuel Otero Lastres

Rufián: en busca desesperada de notoriedad sin prestigio alguno

José Manuel Otero Lastres el

Tengo la impresión de que los ciudadanos de a pie no entendemos demasiado bien las modernas técnicas de comunicación que rigen la actividad política. Lo importante, dicen al parecer los expertos, es que los votantes conozcan al político en cuestión, sin que sea del todo relevante la razón por la que llegue a adquirir notoriedad.

Lo que antecede viene a cuento para referirme a las tretas o arterías que ha utilizado Gabriel Rufián para transitar aceleradamente desde la posición de diputado absolutamente desconocido a la de un parlamentario tristemente “famoso”. Me refiero, entre otras cosas, a ir con una impresora al Congreso, lucir un juego de esposas, lanzar toda clase de exabruptos contra los miembros del Gobierno de la Nación, y, por no ir más lejos, preguntar a Mariano Rajoy durante la mañana de hoy: si ganamos el día 21 ¿se comportarán ustedes como carceleros o como demócratas?

Es muy probable que los expertos en comunicación defiendan que para cualquier político es mejor ser conocido, aunque sea por razones negativas, que ser un personaje ignoto del que se desconocen sus acendradas virtudes. Es lo que refleja la repetida frase de Oscar Wilde “que hablan mal de uno es espantoso. Pero hay algo peor: que no hablen”.

Pues bien, si esto es lo que aconseja al político la moderna comunicación, lamento estar en desacuerdo. Y es que, si el sujeto en cuestión no sabe hacer otra cosa que triquiñuelas histriónicas para llamar la atención, su notoriedad, al carecer de una sólida capacitación personal, durará hasta que la gente se harte de tan irrelevante pintoresquismo.

Los que ya tienen cierta edad recordarán a “la dulce Neus” o al “Dioni”, que adquirieron notoriedad en el siglo pasado no por sus destacadas cualidades, sino por circunstancias como matar a su marido o robar 300 millones de pesetas de un furgón blindado. Más recientemente tuvimos hasta en la sopa a la enfermera (cuyo nombre ni siquiera recuerdo) que se contagió del virus del Ébola por actuar imprudentemente. Hoy, sin embargo, todos ellos han caído en el olvido.

Lo que quiero decir es que cuando la notoriedad de un político, en nuestro caso Gabriel Rufián, es consecuencia de un reiterado “mal hacer” su personaje, aunque sea conocido, lleva sobre sí tan importante desprestigio que o bien no tardará en ser olvidado o bien solo se recordará su apellido porque parece ajustarse perfectamente su modo de actuar.

Y es que, a mi modo de ver, lo que de verdad construye una imagen política exitosa no es tanto si uno es conocido o no, cuanto las razones por las que ha alcanzado la notoriedad. Y en el caso de la política, como en los demás, lo fundamental es el prestigio, la buena reputación y la fama asentada en una favorable opinión generalizada. Lo cual, hoy por hoy, no es el caso de Gabriel Rufián al que “le pone más” escandalizar teatralmente –porque seguramente es lo único que sabe y se presta a hacer- que adquirir buena fama por unas brillante e impecables intervenciones en el hemiciclo. Claro que a Rufián “siempre le quedará el circo”, aunque cada vez se restrinja más el uso de los animales.

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