Solamente para los muy despistados habrá pasado inadvertido que en casi toda nuestra clase política que está al frente de los partidos mayoritarios se ha producido un cambio generacional. Salvo Mariano Rajoy que ya ha cumplido 61 años, ninguno de los otros tres supera los 45: Pedro Sánchez tiene 44, Pablo Iglesias 37 y Albert Rivera 36.
Pues bien, el cambio generacional se ha traducido, entre otras cosas, en un nueva manera de entender la vida, en general, y la política y las relaciones sociales en particular. Y hasta es posible que ayude a explicar también el bloqueo que sufre nuestra situación política actual. Aclaro, antes de seguir con mi exposición, que no trato de hacer una estimación sobre el mérito o valor de las generaciones, sino simplemente reflejar sus diferencias.
Aunque tengo ocho años más que él, creo que Mariano Rajoy reúne los rasgos esenciales de mi generación, entre los que destaco, por lo que ahora interesa, los dos siguientes. De un lado, una parte importante de nuestra juventud se desarrolló durante el régimen anterior y, de otro, nos educaron en términos generales en un ámbito de deberes más que de derechos y en el respeto a los mayores.
El hecho de que pasáramos nuestra juventud en autocracia produjo que recibiéramos la democracia como una conquista de la libertad y que aceptáramos ciertas reglas políticas sin pensar que podían ser alteradas. Entre ellas, y esto fue una constante desde el inicio de nuestra democracia, la de respetar el resultado de las elecciones, entendiendo que nuestro sistema, si bien no era de elección directa del presidente del gobierno, estaba concebido para dejar el gobierno en manos del partido con más escaños y no como de pura mayoría matemática parlamentaria.
Los líderes de los partidos mayoritarios actuales se han educado en la atmósfera de la libertad democrática y, en general, más en el mundo de los derechos que de los deberes. Por otro lado, las relaciones con sus mayores se impregnaron de familiaridad y confianza despareciendo prácticamente el respeto reverencial que mostraban las generaciones anteriores.
Pues bien, empiezo a pensar que los rasgos que impregnan la generación a la que pertenecen Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Albert Rivera explican que vean las cosas de diferente manera –insisto ni mejor ni peor, solo diferente- a cómo las veíamos nosotros y que en esa especie de “festín de derechos” en el que han crecido consideren incluido el de atenerse en cada momento a lo que más convenga.
Y ahora lo que conviene no es proyectar el foco democrático sobre el principio del partido ganador de las elecciones, sino sobre la pura aritmética parlamentaria. El freno que teníamos las generaciones anteriores, consistente en el respeto a la voluntad mayoritaria de los electores y hasta si me apuran en la dignidad del perdedor al aceptar la derrota ha desparecido, de tal suerte que los nuevos políticos hacen lo que les conviene a ellos con tal de que sea posible, aunque puede perjudicar a los “anticuados” intereses generales.
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