José Manuel Otero Lastres el 16 mar, 2016 En el ABC de hoy, Antonio Bascones, publica una Tribuna Abierta en la que, tras recordar el argumento de “El Lazarillo de Tormes”, afirma “conforme iba pasando sus páginas me viene a la cabeza el parecido con la España actual”. Es posible que no sean pocos los que al leer esa obra vean en ella, y en la picaresca en general, ciertos rasgos que perduran todavía en la España de hoy. Y es que Bascones refiere su juicio no tanto a la persona de Lazarillo, cuanto a la España de entonces en la que le tocó vivir. Durante el último verano, fui yo quien volvió a leer el Lazarillo y entre las conclusiones a las que entonces llegué no fue aquella la principal, sino otras. De la obra me interesó más el protagonista principal que el difícil entorno en el que tuvo que abrirse camino. Y me pareció que su vida fue duro aprendizaje en el que perdió paulatinamente la inocencia y el candor infantil hasta que llegó a convertirse en un joven pillo muy bien aprendido. Pero obtuve la impresión de que fueron más los defectos de los amos a los que tuvo que servir que su propia naturaleza la que llevó al Lazarillo, en una especie de “autodefensa”, a ir aprendiendo todas las mañas necesarias para no sucumbir ante el hambre de la España de entonces. La novela, me parece a mí, muestra, por tanto, cómo el ser humano empieza, desde la edad de la inocencia hasta que llega a la adultez, a ser maleado por sus semejantes, por culpa de los cuales va aprendiendo, casi siempre gratuitamente, las inigualables ventajas de vivir sirviéndose de la mentira y del engaño en lugar de hacerlo con la dureza de la virtud. Algo parecido nos sucede a todos nosotros a los que, primero, nos hacen creer en ratoncitos Pérez y Reyes Magos, para, después, matarnos las ilusiones en un camino imparable hasta caer en el descreimiento en el ser humano mismo que tan hundidos nos tiene en la época actual del relativismo. Por eso, he querido escribir estas líneas para tratar de sumergirme por unos momentos en mi infancia y volver a respirar, hasta que me estallen los pulmones, el aire limpio de la inocencia Y todo ello a pesar de que tengo bien presente lo que escribió Emmanuel Carrère en su reciente novela “El reino”: “¿Acaso tiene sentido hacer de la infancia un ideal y pasarse la vida lamentándose porque se ha perdido la inocencia?”. Otros temas Comentarios José Manuel Otero Lastres el 16 mar, 2016