Maira Álvarez el 24 oct, 2016 Somos seres sociales, hedonistas y emotivos. Para nosotros, comer es algo más que una necesidad fisiológica o una rutina. Nos encanta reunirnos y disfrutar de una agradable charla mientras tomamos unas cañas o alargar las sobremesas tras una opípara comida. Ofrecer un vino español o un cóctel dignifica cualquier acto. Conmemoramos fiestas con comida, pedimos matrimonio tras una buena cena.. en las bodas, nadie se queda con la ceremonia pero sí se recuerda si la comida era escasa, estaba fría o por el contrario si se terminó satisfecho. Además, la comida también posee la facultad de comunicar: hacer los platos favoritos de tu hijo habla de amor, las recetas del país de tu invitado empatía y agrado… y en la siguiente anécdota que os voy a contar, la comida justifica de manera sublime el amor del rey Enrique IV por las faldas. Matrimonio de los reyes de Navarra Al heredero al trono de Navarra le organizaron un matrimonio de conveniencia con la hermana del rey Carlos IX de Francia, Margarita de Valois. El joven príncipe nunca ocultó su falta de atracción por la joven francesa, con la que nunca tuvo hijos. Corría el año 1572 y el recién nombrado Enrique III de Navarra descubrió el placer de suplir sus carencias matrimoniales en el lecho de cualquier plebeya disponible. En 1589, antes de ser coronado Enrique IV de Francia, el Borbón se divorció de la desdichada Margarita. Los cortesanos exigían que su soberano tuviese reina y descendientes, así que en el año 1600, el rey se casó en segundas nupcias con María de Medici. Aunque tuvieron seis hijos juntos, el monarca continuó con sus escarceos sentimentales, y cada vez de una manera más pública y escandalosa, tanto, tanto , que llegó hasta los oídos del confesor real. El rey intentó hacer comprender a su confesor que era infeliz en su matrimonio, pero éste se mantuvo inflexible y cada vez le torturaba más con el pecado de adulterio que estaba cometiendo. Al monarca se le ocurrió un plan perfecto para callar al religioso: le invitó a comer. El religioso acudió feliz ante el festín que imaginaba suntuoso. La mesa del banquete estaba ricamente adornada, y numerosas bandejas de delicados aromas empezaron a sucederse una tras otra desde la cocina real. El confesor se dio cuenta pronto que todos los platos estaban cocinados con perdiz como principal ingrediente y, aunque este pájaro era un manjar preciado, se sintió cansado de comer lo mismo. El monarca se dio cuenta del desasosiego del clérigo y le preguntó cuál era su problema, y cuentan que la conversación fue así: – “Majestad, es que siempre perdiz….” A lo que el rey contestó: “¡Siempre reina!” El ingenioso monarca acabó teniendo once hijos ilegítimos en sus aventuras extraconyugales. A él se le atribuye la gastronómica frase “Un pollo en las ollas de todos los campesinos, todos los domingos», que explica su política de hacer feliz y próspero a su pueblo. Catering y restauración Tags Carlos IXcomidaconfesor realcuernosinfidelidadMargarita de ValoisMaria de Mediciperdizrey Enrique IV Comentarios Maira Álvarez el 24 oct, 2016