Maira Álvarez el 19 ene, 2016 Decía el genial William Shakespeare “Mejor tres horas demasiado pronto que un minuto demasiado tarde”. El valor de la puntualidad es una disciplina que, por desgracia, cada vez está más en desuso en nuestra vida cotidiana, y sin embargo, es una de nuestras más importantes cartas de presentación y de las que más nos define. La puntualidad es uno de los valores que define a una persona y está muy relacionado con la responsabilidad. Una persona puntual define su comportamiento de una manera muy positiva. Responsabilidad y puntualidad son dos elementos intrínsecamente relacionados, ya que las personas responsables suelen ser puntuales en todos los aspectos de la vida: pareja, familia, trabajo y todo lo que ataña a sus círculos sociales. El valor de la puntualidad es una disciplina, la de estar a tiempo para cumplir con nuestra obligación, ya sea ésta entregar a tiempo un trabajo, un libro en la biblioteca o no defraudar en una cita romántica. El tiempo también comunica. Hay quien dijo que el tiempo era más valioso que el dinero, ya que siempre podrás ganar más dinero, pero nadie te puede regalar más tiempo del que tienes. Jugar con el tiempo de los demás es una falta de respeto y de educación. Llegar tarde a una entrevista de trabajo, por ejemplo, puede estropearla, ya que además de los nervios propios, se añadirá ansiedad y estrés. Siendo puntual es más fácil ganarse el respeto y la aceptación de la gente. Es la mejor carta de presentación de una persona en cualquier ámbito. Ser puntual en el trabajo demuestra ser riguroso en los quehaceres de la vida diaria, ordenado y eficaz. Decía Thomas Chandler Haliburton que “la puntualidad es el alma de los negocios”. Ser impuntual es una manera de llamar la atención. Que se nos recuerde por ser impuntuales no es ningún valor, sino que nos define de unas maneras que a veces ni consideramos: falta de carácter, de seguridad, vagancia, descontrol personal… la persona a la que se hace esperar también puede sentir que no apreciamos su tiempo ni su actividad. Si se sabe que se va a llegar tarde, hay que avisar tan pronto como sea posible, como muestra de respeto. En España, por lo general, tenemos un margen no escrito de diez o quince minutos (en algunos casos sociales concretos) en los que la impuntualidad puede ser tolerable. En las bodas, nadie debería entrar después de la novia. En los actos donde acuda Casa Real, nadie es más importante que Su Majestad el Rey. Hay gente que se hace esperar y que ya sea en una cena, o incluso cuando se acude a su despacho nunca es puntual, creyendo que así da la sensación de ser más importante o de estar muy ocupado. Realmente, la imagen que se da es la de ser un maleducado o de estar afectado por un complejo de inferioridad. La puntualidad no sólo es importante a la hora de llegar, sino también hay que cumplir con la hora de salida estipulada: podemos atrasar toda una agenda de una persona y menoscabar su día y trabajo, perder un avión…. Tan mala es la impuntualidad como llegar pronto en exceso, pues puede interferir en las actividades de las personas con las que hemos quedado. O si acudimos a una fiesta en una casa, encontrarnos a los anfitriones sin preparar, cosa que nunca es del agrado de nadie. Luis XVIII decía “la puntualidad es la educación de los reyes”. Eduquemos en estos valores de realeza a los niños desde pequeños, y a nosotros mismos en nuestro día a día. Sin categoría Tags Bodabuenos modalesdisciplinaEducaciónentrevista de trabajoEtiquetafamiliaimpuntualidadLuis XVIIImanerasparejapuntualidadresponsabilidadtiempovalorWilliam Shakespeare Comentarios Maira Álvarez el 19 ene, 2016