Decíamos que Sonia se ha convertido sin comerlo ni beberlo en la parienta y tiene un cabreo que no se lo salta un ciudadano de etnia gitana, que es como les llaman a los gitanos los políticamente correctos. Por esto y porque él finge ser imbécil del todo para no dar un palo al agua en casa. Al final, siempre hay que decirle “¡Anda, quita, que ya lo hago yo!”. El grito de “quita” se adoba con manotazos como si, en lugar de un mamífero con cerebro de mosca, él fuera directamente la mosca.
En la pareja existen las llamadas frases de compensación. Por ejemplo, ante la afirmación femenina:
– “Necesito unos zapatos negros”…
…él responde “Pero, ¿no tienes ya zapatos negros?”, lo que enciende el ánimo de Sonia. La respuesta resulta envenenada porque es un non sequitur, o sea, un razonamiento inconsecuente. Como cuando nos preguntan si tenemos un cigarrillo y contestamos “No fumo” sólo para fastidiar. Efectivamente, ni Dios ha limitado el número de pares del mismo color que se pueden acumular en el mismo armario ni ella ha dicho “Carezco de zapatos negros”. Sonia sólo ha hablado de necesidades. La sencilla estructura cortical de él permite generar únicamente pensamientos muy sencillos pero empíricamente no sustentados, como el de que se puede vivir con un solo bolso. O que, cuando a uno lo sorprenden in fraganti metiendo gol fuera de casa, la frase “Esto no es lo que parece” puede ser balsámica y no un insulto a la inteligencia de la ofendida.
Mi admirado doctor Gaona me envía recado de una camiseta, contemplada en la calle sobre percha de torso viril, con la leyenda “Mi mujer dice que no presto atención a lo que dice, o algo así”. En general, ella utiliza mucho la fórmula “¡No has escuchado nada de lo que te acabo de decir!”, que es toda una obviedad. A partir de la segunda ocasión, es una tautología definida como “Repetición inútil y viciosa”.
La variante interrogativa de “El niño se ha hecho caca” es “¿No es hora de cenar?” La pregunta se formula sin mover un músculo hacia la cocina ni desarrollar más actividad que la verbal. Él entiende que la propia frase cocina el plato principal, aliña la ensalada con aceite de Jaén del bueno y sirve la mesa sobre rico mantel de brocado de oro. Sonia frunce, pensativa, el ceño. Está escrutando la pantalla del ordenador: “¿Qué hay dentro de la carpeta ‘cosas mías’ de tu escritorio?”. Hablando de sexo, día llega en el que uno de los dos se cansa de tanto desencuentro y pronuncia la fatídica “Tenemos que hablar”. ¿Por qué se refiere siempre esa frase a la ruptura y nunca a las próximas vacaciones, la compra de un nuevo parapente o la criptorquidia del niño? “Tenemos que hablar” es el fin pero, si él quiere que siga habiendo débito conyugal tras la separación, todavía la rematará con una sonrisa y un cordial “¿Podemos quedar como amigos?”.
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