Época hubo en la que proclamarse locutor era motivo de orgullo en España. El habla de los locutores era un modelo. Para ponerse delante de un micrófono había que ser razonablemente culto y dominar la sintaxis y la prosodia de nuestra lengua. Sin pronunciar [ínternacional], con la intensidad en la primera i, como hace la tele. Ahora, para hablar y para escribir sirve cualquiera, como lo prueba el hecho de que medio país quiere que el otro medio lea su blog. En Internet hay tantos emisores como receptores. Recuerdo a la radio reciente anunciando en emisoras de radio y televisión “la treinta y tres edición de ARCO”. El esquema del error es sencillo: si soy una acémila que no sabe formar un número ordinal, como “el trigésimo tercero” o “la trigésimo tercera”, no me molesto en preguntar cuál es el correcto, sino que lo sustituyo por el cardinal, treinta y tres, que es más fácil. Si el número termina en uno, algunos llegan a la aberración de dislocar la concordancia de género entre el numeral y el sustantivo: “treinta y un ediciones”. En lugar de treinta y una, quiero decir. O a la indecencia de estropear la relación de número entendiendo que treinta y uno se maneja como un singular: “Ya van treinta y un vez que te digo que soy una acémila.”
Algunos ordinales son difíciles de formar, pero existe la salida airosa de simplificar la estructura intercalando la palabra “número”. Por ejemplo, “el 172º aniversario” se convierte, en antena, en “el aniversario número ciento setenta y dos”. Pero jamás en esa aberración de “el ciento setenta y dos aniversario”. En las series cortas, el profesional que dice eso tendría que anunciar, por coherencia, “la dos edición” o “el uno aniversario”.
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