Los barbarismos procedentes del inglés pueden ser necesarios algunas veces porque este idioma es más rápido de cintura que el nuestro generando palabros. Pero, la mayor parte de las veces, nos los incrusta con calzador la pedantería del personal que se cree out –es una broma- si habla sin palabras exóticas cuando su entorno las utiliza. Que arroje el primer cascote el que esté libre de pecado: ser pedante es dárselas de erudito, independientemente de que uno lo sea o no. Nos estamos convirtiendo en un país de contertulios de televisión, de “todólogos” que hablan sin saber de qué. Fuera del inglés, el dependiente de los discos me dice que le siempre le piden El Nabucodonosor en lugar del Nabucco de Verdi. Sin salir de la lengua de Albión, mi hija habla del look porque lo lee en su revista de preadolescentes, pero el look sólo es el aspecto.
Una cosa es decir ketchup, que antes que del inglés procede del chino; o topless, porque no se nos ocurre un palabro español equivalente; y otra es que en esa revista hablan de las friends de la niña. Wifi es discutible porque “red sin hilos” es muy largo, pero friends no hace falta jamás, salvo para que la redactora sienta que escribe a la moda. Y mi hija habla también de cupcake. Ando investigando qué es. Ya lo dijo el padre Feijóo: “siempre la moda estuvo de moda”.
Mis queridos enemigos esnobs, podéis poner en las tiendas carteles con ropa para runners. Podéis llamarle leggins a esos leotardos de marcar. Podéis denominar crowdfunding al cepillo de la iglesia. Pero hay algo en el Diccionario de la Academia que no podéis traducir a vuestra jerga de mixtura: soplapollas.
A Carmen, que dice que me ve cabreado. Estoy @Di_vi_na_men_te
Lenguaje Español