Los candidatos bailan, agitan la melena, escalan y disputan carreras de minimotos en televisión. Acuden a los programas más livianos buscando audiencia y vendiendo campechanía y carácter popular. Solamente sabremos si nos toman por tontos analizando el discurso de campaña: cuanto más parecidos son los contenidos, más se esfuerzan los oradores de los partidos para disfrazarlos de divergentes. El debate se ha desplazado de los contenidos a la forma. Por eso, el lenguaje del candidato es un guirigay de palabras clave, muletillas y eufemismos. Prometo, casta, machismo y ecología son seguramente las cuatro palabras clave y ya nada significan porque son sonidos más que ideas. Sin olvidar que mucha gente ve el telediario sin escucharlo y se queda sólo con las sonrisas y con los rótulos, a menudo plagados de faltas de ortografía. Nadie cuerdo tomaría en serio hoy la promesa de un político: nada que ver con el “puedo prometer y prometo” de Suárez. El vocablo casta ha sido el gran hallazgo de los últimos años en materia de lenguaje político: es un sustantivo, pero tiene el peso calificativo de un adjetivo. Es muy efectivo en la oratoria pero está cayendo en desuso, quizá porque el partido que lo descubrió ha mostrado precisamente dejes de élite cuando ha tocado poder. Machista también está vacío porque el venablo acusador se lanza, pero su contenido no se discute; hay presunción de veracidad en el adjetivo. Machistas son casi todos. Casi todos…los demás. Yo no, pues me cubro diciendo compañeros y compañeras. Aunque sepa que, gramaticalmente hablando, hacerlo es una estupidez. Si Ciudadanos propone que hombres y mujeres sean iguales ante la ley, no se debate eso, sino el supuesto carácter machista de la formación. Ecología es un comodín: todos lo utilizan sin razonarlo. Sienta en la radio a cualquier concejal y recomendará comprar coches eléctricos aunque no haya instalado un enchufe en su pueblo. Llegué a creer que el señor Ruiz Gallardón había inventado el coche eléctrico escuchándolo en una entrevista.
Palabras huecas dirigidas a una audiencia falta de crítica: gente pasiva en la escucha, activa únicamente durante la votación. Vocablos tan vacíos que el político podrá designar al mismo referente con términos opuestos. El mandatario dirá satisfecho ahorro refiriéndose al fenómeno que el líder de la oposición tildará indignado de recorte. Si el opositor gana las elecciones la próxima vez, ambos intercambiarán las palabras.
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