Un pedante era antes un “maestro que enseñaba a los niños la gramática yendo a las casas”, pero aquella acepción académica cayó en desuso y la palabra adquirió un tinte peyorativo. Pedante es ahora quien hace alarde vano de erudición. Esnob es el que imita afectadamente lo que considera distinguido, ya sean los gestos de personas que se le antojan principales, la vestimenta de una clase social que lo deslumbra o el idioma que le parece más de moda. Si el inglés es exótico para él, se siente anticuado si lo no utiliza. Incluso para referirse a algo cotidiano para lo que hacía siglos que teníamos palabra designada. El buen redactor emplea los anglicismos imprescindibles (normalmente para lo nuevo; esnob comenzó siendo snob, pero las palabras muy usadas se españolizan). El redactor más liviano introduce el barbarismo a cualquier precio y para cualquier cosa, incluso si todo el texto chirría al hacerlo.
Un diario de Madrid titula “Una torre de lujo a precio ‘low cost’”. Las palabras archiconocidas que el texto pide a gritos son barato o bajo, pero hay más. Al barbarismo superfluo se añade la paradoja semántica de unir las palabras precio y cost. Una de las dos sobra. Otra cosa sería que habláramos de valor, pues Machado escribió aquello de “Todo necio confunde valor y precio”. Si quisiéramos ser pedantes pero correctos tendríamos que titular “Una torre de lujo ‘low cost’”. Si quien ha redactado el titular hablara inglés, sabría que ese sintagma ya incluye el concepto de precio. De todos modos, los esquemas se retuercen cuando comparamos la semántica de dos vocablos de idiomas diferentes abigarrados en la misma frase.
Voy a pedir algo para la máquina de café. Me he quedado sin cash.
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