Antesala de la consulta del proctólogo. Ominosos pensamientos ocupan mi mente sin saber por qué. Los disipa un cuarentón locuaz que habla en voz alta a cinco señoras escupiendo lugares comunes: “Mala suerte es que la tostada cae siempre hacia el lado de la mermelada, como dice el principio de Peter”. Me molesto en levantarme y cruzo la sala de espera atestada de hombres amenazados. Corrijo al tipo delante de todas: “usted se refiere a la ley de Murphy”. Queda visiblemente corrido y permanece sin decir sandeces durante un rato.
Inventar citas y opinar sobre lo que uno desconoce no es uso exclusivo del cosmopaleto, que comparte este deporte con el tonto de bar y con el contertulio de televisión. Pero el paleto cósmico enriquece la costumbre añadiendo la intención de fingir. Todo cosmopaleto intenta ocultar el pelo de la dehesa y parecer cosmopolita. Pero su disfraz chirría. En lugar de “estamos preparados” dice que las espadas están en alto. Pide un muffin y pensamos “el muffin te comería si, en lugar de una magdalena, fuera un tigre”. No se refiere a colaborar, sino a hacer sinergia. Intenta darle empaque a lo que afirma. Incluso a costa de que nadie entienda nada porque todo lo alambica.
Conduce con un brazo fuera del auto para que parezca que va ‘sobrao’. Cuelga pingajos y botitas de fútbol del espejo retrovisor central. Marcha despacio, pero siempre por la izquierda para que parezca que es Hamilton. Dice ‘A Coruña’ en lugar de La Coruña porque eso mola. Conduciendo en sentido contrario, jamás se le ocurriría decir que va ‘pa Madrí’. El paleto torcaz español del siglo pasado repetía tanto que quería “el coche más grande que haiga” que la palabra haiga está en nuestro diccionario. Define los autos caros y ostentosos. El paleto cósmico, sucesor del paleto torcaz en version siglo XXI, compite en automovilismo: si su vecino de adosado compra un coche más caro, él también cambia el suyo para no quedar atrás. Dice siempre luso en lugar de portugués. No comenta que ‘baja la temperatura’, sino que desciende el mercurio. Detesta las películas francesas, pero no puede citar ninguna salvo Amelie. Le parece vulgar ir a comprar, pero siempre está de shopping. Gusta más del spinning que de la vulgar bicicleta. Le llama coach a todo el que colabora con él: al entrenador, pero también al cura, al chulo o al mamporrero.
La estulticia más peligrosa es la vocacional, que a partir de un cierto grado de raigambre en el colectivo se convierte en idiocia social. Cuando la imbecilidad se impone aplastantemente (quizá nos estén echando en el agua algún aditivo), el pedante hace todo lo posible para que no se entienda lo que comenta. Busca rendimiento en una comunicación sin significado. Dice tacticismo en lugar de ‘maniobra’ o sencillamente ‘putada’. Dice sal de tu zona de confort en lugar de ‘trabaja’. Todos escuchan con avidez las sandeces que inventan diputados, tertulianos y otros coyotes para apresurarse a repetirlas. Hemos elegido extinguirnos de estupidez.
Más vida en @rafaelcerro
Post scríptum: como con Pepe Navarro, un periodista de televisión que habla como un lingüista. Me dice “Seguro que soy muy borde y tengo mil defectos, pero ¿dónde hay ahora programas con auténtico contenido, en los que ocurran cosas relevantes?
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