La parálisis política e institucional que sufre España desde hace casi un año requiere, inmediatamente, de un Gobierno que empiece a ejercer en plenitud de funciones, que legisle y que dé un impulso a la economía y a la estabilidad del país. En esta creencia están la mayoría de los españoles y no en la de convocar las terceras elecciones en un año, que sería un ridículo internacional. Sí, un ridículo, porque según me comentaba ayer una fuente del Ministerio de Asuntos Exteriores, la opinión de España “no cuenta en ningún sitio” porque nadie sabe sí lo que hoy se dice se podrá cumplir mañana con un Gobierno de otro color político.
Hasta aquí la teoría que compartimos todos o casi todos. Pero todo ello siempre y cuando el presidente del Gobierno lo sea en plenitud de funciones, o lo que es lo mismo, con una mínima garantía de estabilidad en asuntos claves e importantes como, por ejemplo, la aprobación del presupuesto.
Si no es así, y el PSOE solo ofrece una “abstención técnica” a Mariano Rajoy el día de la investidura, y al día siguiente empieza el acoso parlamentario y la imposibilidad de poder sacar adelante ninguna ley, mejor que no le dé este apoyo, se convoquen elecciones y a ver si ahora es posible una mayoría absoluta con PP y Ciudadanos juntos.
El PSOE solo quiere ganar tiempo para recomponerse y, mientras tanto, se va a dedicar a asfixiar a Mariano Rajoy para compensar la caída de Pedro Sánchez y poder entregar algún día a esa militancia, muy enfadada con sus dirigentes, la cabeza del líder del PP. Los socialistas, es lógico y normal, ejercerán su oposición de la forma agresiva posible para desgastar al PP, en una situación de extrema debilidad parlamentaria.
Si se confirman estos pronósticos, a Rajoy siempre le quedará la baza de disolver el Parlamento si no lo dejan gobernar y convocar nuevas elecciones, culpando al PSOE de bloquear nuevamente el país.
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