No hay nada como irse cinco días de vacaciones para darse cuenta, al regresar, de que la vida política española no ha cambiado nada y sigue metida en un, cada vez más peligroso, callejón sin salida. Si nadie lo remedia, y me parece que no, estamos abocados a unas terceras elecciones. Un ridículo internacional de grandes proporciones que los políticos lo van a pagar muy caro.
A no ser que se estén produciendo unas negociaciones secretas que alumbren una abstención inesperada del PSOE, el PP va a tener muy, pero que muy difícil, la investidura. No lo digo yo, sino que en algún que otro cuartel general de un partido político ya se baraja esta opción.
Yo hace tiempo que he dejado de confiar en la responsabilidad política de algunos. Porque si hay un partido, el PP, que ha ganado por segunda vez las elecciones, con más votos y escaños, y tres partidos, PSOE, Ciudadanos y Podemos, que han perdido votos y escaños, no entiendo por qué no prima el sentido de Estado y lo dejan gobernar. Y que los demás ejerzan la oposición. Y después, cuando haya que votar otra vez, si gana otro partido, que también lo dejen gobernar.
Pues no, estamos en el mismo absurdo que después de las primeras elecciones, en una situación de infantilismo político que está muy lejos de desbloquearse. Mañana puede ser el día, o no.
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