Si alguien piensa que Esperanza Aguirre ha escrito su última página en la vida política, está muy equivocado. Más bien ha cerrado un capítulo para seguir escribiendo la historia aunque, como ella bien ha dicho, ya no en “la primera fila”. Pero en el teatro de la vida y la política, detrás de la primera fila hay muchos sitios desde donde se puede ver la obra e incluso opinar sobre ella.
Yo no dudo de que las razones personales la hayan abocado a retirarse, para atender a su familia y a ella misma, que se lo merece, pero la situación política también ha influido mucho en su decisión final y, lo que es más duro para ella, la falta de horizonte para poder convertirse en lo que siempre ha sido su aspiración: ser la primera mujer presidenta del Gobierno.
Una vez que Mariano Rajoy ganó las elecciones y nombró ministro a Alberto Ruiz-Gallardón, su eterno rival, Esperanza se quedó sin espacio político y sin referente al que atacar. Dejó de ser influyente en el partido y, lo que es peor, internamente se tomaban sus salidas de tono como “las cosas de Esperanza” a las que no había que responder y que no tendrían ningún recorrido más allá del titular periodístico del día.
A la falta de espacio político en el partido se unió la situación económica, tanto su malestar con algunas de las decisiones que adoptaba el Gobierno de Rajoy como la falta de financiación para poder lucirse en la gestión. Me cuentan que la gota que colmó el vaso de su paciencia fue la constatación de que el año próximo tendrá menos dinero y que tendrá que enfrentarse a una política de duros recortes.
Sin dinero, sin futuro en la alta política y con el lógico cambio vital que experimentan las personas que sufren una enfermedad como la que ha padecido Esperanza, felizmente recuperada, la “lideresa” se rindió.
Pero estoy convencida de que esta actitud será temporal. Volverá para seguir opinando, porque lo lleva en su ADN, pero tendrá que calibrar hasta dónde quiere llegar para no hacer daño a su partido.
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