Mientras la pandemia del coronavirus avanzaba ayer velozmente por todos los rincones de España y en Madrid se duplicaba el número de fallecidos, los lidercillos regionales Quim Torra e Íñigo Urkullu estaban a lo suyo: no me quites mis competencias y vamos a dialogar durante todo el día a ver si encontramos una solución para que yo no pierda mi parcelita de poder.
Mientras los españoles esperaban en un estado de pánico y de incertidumbre las palabras del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, para conocer qué medidas había que aplicar para no verse contaminados por el coronavirus, estos dos politiquillos, hoy ya de quinta fila, estaban de palique telefónico intentando diseñar una estrategia para frenar un Real Decreto que, ¡oh qué horror!, me va a arrebatar mi poderío autonómico.
Mientras los españoles de bien, que son la mayoría, salían a sus balcones para tributar un homenaje de emoción, ánimo y cariño a los profesionales sanitarios que nos van a sacar, estoy segura, de esta gravísima crisis sanitaria, estos dos personajillos rumiaban su ira porque, afortunadamente, el sentido común se ha impuesto y en este país hay un mando único que va a garantizar que todos a una vamos a luchar contra el coronavirus.
Lo dijo Pedro Sánchez ayer, aunque no sé si tardó en convencerse las casi nueve horas, u ocho, o siete, me da igual, que duró el Consejo de Ministros: “No hay colores políticos, no hay ideología, no hay territorios. Nuestros ciudadanos son lo primero. A partir de hoy la autoridad competente será el Gobierno de España”. Muy bien dicho, ya está bien de disparates y ridículos autonómicos.
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