La política española entró hace ocho meses en un proceso sorprendente de aniquilación de liderazgos políticos.
En el PP se fue Mariano Rajoy, y al poco tiempo su lugarteniente Soraya Sáenz de Santamaría. No tardó mucho en seguir la estela María Dolores de Cospedal, y en un proceso lento, pero irreversible, dejarán la política la mayoría de los diputados del Grupo Parlamentario Popular que formaron parte de esta generación. Ya lo han hecho Celia Villalobos, Teófila Martínez, Álvaro Nadal, y lo harán otros nombres como Jesús Posada o José Luis Ayllón.
En el PSOE llegó Pedro Sánchez y se descolgaron de su estela los que le apoyaron en su primera etapa como secretario general: Óscar López o César Luena o los que no, como Eduardo Madina. Ahora anuncia su marcha Soraya Rodríguez y veremos que pasa con los barones que no le respaldaron. A la generación anterior, Felipe González, Susana Díaz o José Luis Corcuera, directamente la ha mandado ya al pleistoceno.
Y no digamos lo que ha pasado en Podemos, que con poco años de vida ya se ha cargado a la mayoría de su equipo fundador: Juan Carlos Monedero, Carolina Bescansa e Íñigo Errejón. Nunca la nueva política adquirió tan pronto los vicios de la vieja.
Pero Ciudadanos, la otra formación política de mayor peso en el Congreso, siempre había sorteado con dignidad estos problemas internos de liderazgo. Sin embargo, la llegada de Inés Arrimadas a Madrid puede provocar una convulsión interna que algún día afectará de lleno al liderazgo de Albert Rivera.
Mi paisana Arrimadas, con sangre jerezana como yo, no llega al Congreso de los Diputados para ser un florero al lado de Albert Rivera. Tiene hambre de poder y con el tiempo puede que termine quitándole el sitio, entre otras cosas porque a su plus de mujer preparada y que ha ganado las elecciones, se une su condición de mujer.
Hay ahora pocas mujeres de peso en la política española, solo las malhumoradas Carmen Calvo e Irene Montero, y Arrimadas puede llenar un hueco que tanto PP como PSOE han dejado libre.
Que se cuide muy mucho Albert Rivera, la velocidad con que la política española está quemando a sus líderes no es una cuestión baladí. Y si no que se lo pregunten al PP, que tiembla ante lo que Pablo Casado puede hacer en la elaboración de las listas, nada preocupante por otra parte: conformar un grupo parlamentario a su medida, de diputados y diputadas leales y de su máxima confianza que le arropen en una legislatura que será muy complicada.
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