Yo nunca he creído en eso que algunos han definido, con insistencia, como nueva política. Sostengo que hay buenos y malos políticos, honrados y corruptos, decentes e indecentes. La política es lo que es, y al estar protagonizada por el ser humano, tiene los mismos defectos que estos: la envidia, la ambición, la avaricia y todo lo que ustedes quieran añadir. No va a cambiar nunca, por mucho que los Albert Rivera, Pablo Iglesias o Íñigo Errejón se paseen por los platós presentando como nueva una mercancía averiada.
Y a las pruebas me remito. El enfrentamiento cainita que están protagonizando Pablo Iglesias e Íñigo Errejón es la máxima expresión de lo que ellos tanto han criticado a la vieja política: la ambición sin límites para ostentar el poder en los partidos. Por mucho que lo quieran vender como un acto de transparencia interna, esto ya lo hemos visto en el PP y en el PSOE, ¿o es que nadie se acuerda ya del Congreso de Valencia del PP o el reciente comité federal del PSOE en el que le cortaron la cabeza a Pedro Sánchez?
Pablo Iglesias e Íñigo Errejón y su marca Podemos son ya más viejos que todos esos partidos que decían que no los representaban. Han tocado moqueta, se han rendido al glamour de las cámaras de televisión y han sucumbido a la erótica del poder, como cualquier ser humano, que es lo que son. Y ahora no se quieren bajar del machito.
Una vez que finalice este primer acto, el de entregar la cabeza del otro, viviremos el segundo, el de laminar a todos los que han apoyado al perdedor. Vamos, lo de siempre. Me lo contaba el otro día en el Congreso de los Diputados un podemita del bando de Errejón: “Si gana Pablo a mi me echan de aquí, yo soy de Íñigo”.
Pues eso, lo mismo de siempre.
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