Soledad Becerril dignifica la polÃtica
En unos momentos en que la credibilidad de la clase política se encuentra bajo mínimos y los ciudadanos reclaman la recuperación de los valores de la ética y la responsabilidad para evitar la corrupción y el despilfarro, Soledad Becerril representa una forma de hacer política en la que no vale todo con tal de mantenerse en el poder. Así fue en 1999, cuando renunció al apoyo del Partido Andalucista para volver a ser de nuevo alcaldesa de Sevilla. A Soledad nunca le gustó el apoyo del controvertido concejal andalucista Alejandro Rojas-Marcos, en permanente sospecha por sus negocios inmobiliarios, y optó por quedarse en la oposición dejando la puerta abierta al PSOE para que consiguiera la emblemática alcaldía de Sevilla. En su partido, el PP, muchos no la entendieron.
Todavía hoy recuerdo sus palabras en el Salón Colón del Ayuntamiento hispalense: “Al Rey, la hacienda y la vida se han de dar, pero el honor…Es patrimonio del alma y el alma solo es de Dios”. Soledad recurrió a un texto de “El alcalde de Zalamea” para cerrar su etapa política en Sevilla, dejando un legado de honradez que, con el tiempo, se le ha reconocido. Durante su mandato, entre 1995 y 1999, no hay ningún rastro de escándalo político, ni de decisión bajo sospecha. Tras su marcha, el Consistorio que ella había cuidado con tanto esmero, se convirtió en el origen de uno de los casos de corrupción más graves de la historia de Andalucía: los ERE irregulares o, lo que es lo mismo, el uso de los fondos del desempleo para pagar jubilaciones de oro a los socialistas y a sus amigos.
Desde una posición liberal y centrista luchó contra la dictadura franquista.Trabajó intensamente para recuperar la identidad andaluza, siendo una de las impulsoras del Estatuto de Autonomía.Y estuvo en la trinchera de aquellos que se fajaron para instaurar en España el sistema democrático. Y todo ello bajo las siglas de UCD y del Partido Popular.
Sus detractores utilizaron para intentar desprestigiarla argumentos tan peregrinos como su condición de marquesa consorte de Salvatierra, por su matrimonio con Rafael Atienza. La quisieron identificar con la derecha más rancia. Pero ella se mantuvo en silencio, sabiendo que la indiferencia es la mejor arma para destruir al contrario.
Al final, el tiempo ha terminado por darle la razón. La Junta de Andalucía, en manos del PSOE, le concedió la Medalla de Andalucía como reconocimiento a su vida política y a su dedicación a esta Comunidad, después de más de treinta años en activo, en los que ha sido concejala, diputada y senadora por Sevilla. Ayer mismo, el secretario general del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, se refería a ella destacando que su biografía representa un “ejercicio político largo y de pluralidad, tolerancia y respeto a las instituciones”.
En uno de los momentos más difíciles para el país, es bueno que se recurra a la experiencia y veteranía de aquellos que tanto contribuyeron a poner en marcha un sistema que hoy se encuentra en cuestión. Un espejo en el que mirarse para recuperar los valores perdidos.
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