Emilio V. Escudero el 25 ago, 2010 Recuerdo que una de las cosas que más me llamó la atención la primera vez que viajé a Estados Unidos fue el número de banderas que vi colgadas de los edificios. Lo que allí se ve como algo lógico, como una manera de expresar el orgullo de pertenecer a un país, en España siempre ha tenido connotaciones negativas. Una mirada al pasado más doloroso, en lugar de una al futuro común. Algo que, desde siempre, me ha costado meterme en la cabeza. Mi sorpresa llegó este verano…, cuando al volver de una larga estancia en el extranjero, me encontré con el país pintado de rojo y gualda. La Selección española había obrado el milagro. Las banderas colgaban de los balcones sin miedo al rechazo. La ilusión de once jugadores había transformado el país como nunca lo hubiera conseguido la clase política. La resaca del triunfo en el Mundial duró algunos días, en los que el fútbol le dio el testigo virtual al baloncesto. De la portería a la canasta, con el reto de la reválida del oro conseguido en Japón. La alegría inmensa del triunfo en Sudáfrica ha dejado paso a la indiferencia con el conjunto de Scariolo. Gran parte del país ni siquiera sabe cuándo comienza la cita de Turquía ni quiénes serán los rivales de España y las banderas han desaparecido de los balcones (a lo mejor es que las están lavando). Un problema que se refleja en la audiencia que tuvo el último partido preparatorio antes de viajar a tierras otomanas, que apenas superó los dos millones de telespectadores (2.283.000), lo que significa la mitad de la audiencia que cada fin de semana se junta para ver un GP de Fórmula 1 o Moto GP, y mucho menos de lo que acumula Rafa Nadal cuando se pone a repartir raquetazos. Desconozco la razón que ha condenado al baloncesto a vivir en el ostracismo de las grandes audiencias. Para algunos es un problema de marketing. No lo sé, pero lo cierto es que en los últimos años se «ha dejado comer el terreno» y ha quedado desterrado de la parcela publicitaria. Los pabellones están llenos. Los «playgrounds» también. Pero no acaba de enganchar a las masas. Aún así, esperemos que el interés por la Selección vaya creciendo según se acerque el día del estreno (28 de agosto ante Francia). Es cierto que esta generación nos tiene mal acostumbrados después de los éxitos cosechados en los últimos años y quizá por eso, precisamente por eso, se merecen más que nadie el apoyo del país. Que se vea que, en la distancia, hay un país unido en busca del oro. Que vuelvan a ondear las banderas. Selección Española Comentarios Emilio V. Escudero el 25 ago, 2010