Hace un mes, comiendo en casa de unos familiares, escuché cómo mi suegro y su hermano sacaban pecho por el «triplete» del Barcelona. Hubo risas cuando les pregunté por la posibilidad de que el club azulgrana no ganara alguno de esos tres títulos. El resto, es historia. Me ocurre parecido desde hace tiempo cuando sale a colación el tema de la NBA. La mayoría de mis amigos e, incluso, muchos de mis colegas de profesión, dan por sentado que los Warriors van a ser los campeones. Pero, ¿y si ganan los Raptors?
Toronto ha llegado a la final después de superar un camino lleno de dificultades que ha puesto a prueba a muchos de sus jugadores. Una especie de reválida tras una fase regular exitosa que nada tiene que ver con los playoffs. Es ahí, por ejemplo, donde se le ha visto «las vergüenzas» a los Sixers -demasiado bisoños en mi opinión- o a los Bucks, cuya falta de experiencia les ha lastrado en la final del Este.
En los Raptors hay jugadores –Siakam o Ibaka– a los que se les ha notado un bajón en algunos momentos de los playoffs, pero han sabido subirse a la espalda de otros acostumbrados a este tipo de partidos. Y no hablo solo de Kawhi Leonard -el gran líder sin duda-, sino de otros como Danny Green o el propio Marc Gasol.
Para el español será su primera final de la NBA, pero está muy curtido en batallas clave. Marc ha disputado a lo largo de su carrera muchos partidos importantes con la selección española y por eso su fichaje ha sido tan importante para los Raptors. Con él, además de talento y defensa, la franquicia sumaba experiencia. Algo difícil de conseguir y que suele marcar el devenir de los títulos. Por eso, aunque los Warriors son el equipo más acostumbrado a disputar finales, creo que los Raptors han igualado eso de una manera notable.
Kawhi desencadenado
En cuanto a talento, no creo tampoco que los Raptors estén tan alejados de los actuales campeones. Kawhi -MVP de las finales en 2014- es un jugador superlativo que, además, juega con el hambre de los primeros años. Su decepción estos últimos años tras salir abruptamente de los Spurs, hace que su ambición se haya disparado. Está jugando a un nivel altísimo en los playoffs. Por encima, incluso, de cualquiera de las estrellas de los Warriors.
Si Draymond Green pone la inteligencia en el juego de Golden State, ese rol lo ha asumido Marc Gasol en la franquicia canadiense, elevándolo a su máximo exponente. El español se ha centrado en una labor defensiva crucial para el devenir de las eliminatorias y ha sumado en ataque su inteligencia y su capacidad de asistir a sus compañeros. Apenas mira el aro (7 lanzamientos de media por partido) y suma poco más de 8 puntos por partido. Suficientes vista la producción ofensiva de sus compañeros.
De los otros tres integrantes del cinco inicial, Lowry es un base muy fiable, capaz de anotar con asiduidad si las circunstancias lo requieren. Danny Green, el que más chirría de ese equipo titular, no deja de ser un campeón de la NBA (2014 con los Spurs) y un excelente defensor, además de tener buena puntería de tres. Por último, el factor Siakam, el jugador más mejorado de la temporada. Un jugador especial, en pleno crecimiento, cuyo límite aún es desconocido. Por sus características es muy difícil de defender. Habrá que ver si Kerr puede contar con DeMarcus Cousins para neutralizarlo.
Además de la experiencia y del talento, los Raptors cuentan con dos armas en las que están incluso por delante de los Warriors. Una es el factor cancha capturado tras un fase regular excepcional, y la otra es el banquillo, donde Ibaka y VanVleet le dan buenos minutos de rotación a Nick Nurse, algo que solo Iguodala, a sus 35 años, está consiguiendo en los Warriors.
Si ponemos todo lo anterior en común, podríamos decir que los Raptors son ligeramente favoritos. No voy a ir tan allá. Tampoco me vale la versión de que el anillo es ya para los Warriors. Prefiero quedarme a medio camino y ver por delante unas finales de la NBA muy igualadas. Quizá las más de los últimos años. Unas finales que pueden ser históricas, por romper la hegemonía de los Warriors o por perpetuar su dominio. Por darle a España su tercer anillo, tras los dos primeros conquistados por Pau Gasol, o coronar a Scariolo, un italiano que es «uno di noi».
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