Emilio V. Escudero el 13 sep, 2010 La primera vez que vi a Kevin Durant en directo fue en el Madison Square Garden. Aquella noche era especial y no sólo por la visita de «Durantula». Los Knicks se habían hecho con los servicios de Sergio Rodríguez y aquella noche del 20 de febrero era el estreno del «Chacho». Durante la semana, me había afanado en preocuparme porque todo lo referente a la acreditación estuviera listo. No quería imprevistos de última hora. Tocaba ver al jugador que estaba llamado a dominar la liga durante los próximos años. El hombre del futuro, que ya había golpeado la puerta con fuerza durante su año de novato. La Gran Manzana aparecía teñida de blanco aquel día. La nieve no daba tregua, así que los poco más de veinte minutos a pie que había desde mi apartamento hasta la entrada del Madison se hicieron más largos de lo habitual. El papeleo protocolario a la entrada del pabellón agudizó mis nervios. Hubiera sido una lástima reducir toda aquella expectación al trámite del partido y perderme el resto del espectáculo llamado Durant. Solté la mochila en la zona de prensa y me lancé hacia los vestuarios en busca de Sergio Rodríguez y de Kevin Durant. Mis objetivos. Aunque el acceso a las entrañas del pabellón suele ser libre para la prensa en la NBA, las estrellas (léase Bryant, Melo, LeBron…) suelen estar recluidas en una de esas salas privadas que los equipos utilizan para dar masajes a sus jugadores, así que lo último que esperaba era cruzarme a «Durantula» por el camino. Reconozco que me quedé impresionado y no precisamente por su físico imponente. En esa categoría, seguramente quede por debajo de muchos otros (Ibaka, Howard, Shaquille…), pero sí por el aroma que su mera presencia despertó en mi. El aroma de estrella. El mismo que desprenden otros grandes como Kobe, Bosh o James. En su caso, además, se veía que ese estatus aún no se le había subido a la cabeza. Más allá de los cascos de dimensiones ciclópeas (una moda constante en los vestuarios estadounidenses), Durant se mostraba como una persona cercana, un extremo que me confirmaría más tarde su compañero de equipo, Serge Ibaka. Durante el calentamiento pude ver ya que Durant era, efectivamente, diferente al resto. Sus brazos infinitos manejaban el balón con una facilidad inusual para un tipo de 2,06. Esa envergadura, unida a la velocidad con la que ejecuta todos sus movimientos, hacen que parezca imparable. Si le pones a un alero bajito, lo desbordará jugando en el poste y si se encuentra con un hombre alto enfrente, tratará de sacarle fuera de la zona para «ejecutarlo» con una fugaz penetración. Aquella noche, los Knicks sufrieron en sus carnes el «vendaval Durant». 36 puntos, incluidos 7 en la prórroga, y una superioridad total sobre los hombres que osaron hacerle frente. Yo, me fui para casa con su imagen retumbando en mi cabeza. Esta vez, el camino se me hizo más corto. ¿Es imparable? En teoría, no, pero en la práctica resulta muy complicado frenarle. De hecho, durante la temporada pasada acumuló 29 partidos anotando, al menos, 25 puntos. Un récord sólo al alcance de Michael Jordan, que lo consiguió en 40 encuentros. Phil Jackson fue claro con sus jugadores a la hora de afrontar la eliminatoria de play offs. «No podemos evitar que lance a canasta o que acabe el choque por encima de los veinte puntos, así que habrá que centrarse en que juegue lo más incómodo posible». En esa tarea, entró en juego Artest, que salió victorioso en un par de encuentros. Después de asombrar al público en el Mundial, este año debe ser su reválida en la liga. Los Thunder no se han reforzado en exceso, así que el peso recae en los que ya están, obligados a dar un paso adelante para superar el octavo puesto conseguido el año pasado. A Durant, le queda el reto del MVP. Sabe que llegará. Habrá que ver si toca esta temporada o hay que seguir esperando. De momento, el mundo ya conoce su nombre. NBA Comentarios Emilio V. Escudero el 13 sep, 2010