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Blogs Notas del Espía Mayor por Javier Santamarta del Pozo

Antonio PéSANCHez

Antonio PéSANCHez
Retrato de Antonio Pérez... algo actualizado, según Ricardo Sánchez «Risconegro»
Javier Santamarta del Pozo el

Una de las curiosidades que los buenos conocedores buscan cuando vienen a visitar el Palacio Monasterio sito en el Real Sitio de San Lorenzo de El Escorial, es algo que gusta de contar a los buenos guías de Patrimonio Nacional. Recordemos que esta obra es fruto del magín del gran Felipe II, figura mucho más interesante que la que de él nos hemos comido con coles de Bruselas y chips (sin fish) de Inglaterra, sin rechistar. El conocedor de la Historia, o al menos los que aún saben de ella sin haber cateado la tantas veces plúmbea, asignatura para septiembre, recuerda que en el reinado de dicho rey se la tuvo que ver con un Presidente de Gobierno un pelín intrigante y, a la postre, un mucho felón. Ya. Ya sé que algún purista habrá exclamado en alto leyendo sobre la pantalla que en aquellos tiempos no existía tal cosa como un presidente de gobierno. Leñes, ¡hay quien dice que no existía España, como para que hubiera alguien que la presidiera!

Pero al margen del anacronismo escrito para entendernos, quien tenía ese cargo fue un tal Antonio Pérez, y lo que buscan los amantes de las curiosidades, es algo que no se podía uno esperar en una visita a los reales sitios del monarca más poderoso de su tiempo y casi de los venideros: un retrato suyo y en sitio bien destacado. Y así es. Justo a la entrada de la biblioteca sanlorentina, una de las maravillas del conocimiento universal, se puede contemplar. Este sujeto es uno de los ejemplos habituales cuando se citan a traidores a la causa, a la Corona o, directamente, a España. De esto último ya que fue responsabilidad suya, tras cruzar los Pirineos disfrazado de pastor, el haber sentado las bases de la Leyenda Negra con sus escritos.

No sin antes, eso sí, haber sembrado la cizaña en Aragón amparándose en viejos fueros y leyes, que esto de las “autonomías” avant la lettre nos viene de lejos, como si fuera aquél personaje de Astérix llamado Perfectus Detritus. Pintiparado nombre. Y como aquí lo que se quiere es llevar siempre la Ley al ascua de tu interés, montó la que no está en los escritos con un «¡Castilla nos roba!» de libro, defendiendo la identidad aragonesa de la que había que proteger del imperialismo castellano… para quedar él como víctima y no como el desleal que había sido a su señor natural.  Ahí que dejó la mundial montada, con un enfrentamiento que acabó con el Justicia Mayor de Aragón, Juan de Lanuza, con su cabeza separada de su tronco y unida a una pica en plaza pública, abandonando ese patio de Monipodio que es a veces este país cuando no queremos ponernos de acuerdo, bien apalizado como avispero hecho piñata de la Nueva España.

La verdad sea dicha, a lo largo de la Historia de este solar patrio, muchos son los que son tenidos por traidores, aunque todo depende de en qué lado se esté o se mire al sujeto tenido por tal. Si citamos a Audax, Minuro y Ditalco, los asesinos del caudillo lusitano Viriato, que todos recordamos sobre todo por la lapidaria frase del cónsul romano cuando fueron a cobrar por el occiso: «Roma traditoribus non praemiat». O lo que es lo mismo. ¡Me voy a fiar yo de vosotros que por parné hasta matáis a vuestra madre si fuera ocasión! En este caso, está claro que nos referimos a unos golfos materialistas. Pero si hablamos de un tal Vellido Dolfos (hijo de Dolfos Vellido), la cosa está mucho menos clara según si nos referimos al asesino del rey Sancho desde el punto de vista castellano o del leonés. ¡Y últimamente, con León pocas bromas!

Fernando VII, firmando la derogación de la Constitución de 1812. Archivo Histórico Municipal de Valencia

Pero lo que verdaderamente encocora al pueblo, y tenemos un ejemplo bien claro, es que se le mienta. Que se le robe, que uno sea un golfo para llevárselo crudo, que el tipo chalanee para medrar… ¡Venga, tiene un pase! Que la carne es débil, el espíritu más, y quién no se lleva cosas de la oficina para ahorrase unos duretes de euro. Pero que se mienta… Que se mienta… ¡Eso es tomarte por tonto! Y alguien puede ser un artero pícaro ladino… hasta que le caigan los guindillas si le pillan metiendo mano donde no debe y le llenen de grillos para encauzarle a galeras por su delito. ¡Normal! Pero la mentira es algo que demuestra que no se puede uno fiar de esa persona ni para jugar al Mus donde, por cierto, hasta las señas falsas están prohibidas. ¡Faltara o faltase!

Y mintió Antonio Pérez en su libro Relaciones donde ponía como chupa de dómine a quien fuera menester para quedar él como el bueno de la película que montara y que le lleva a estar, ora en Inglaterra, ora en Francia, pero siempre en suelo del enemigo para estar él a salvo. Y mintió el felón por excelencia aún siendo monarca, como fue ese Fernando, séptimo de su nombre, que bien exclamaba con solemne cuajo aquello de «Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional», para luego si te he visto no me acuerdo, y cargarse la Constitución y lo que hiciera falta, para perpetuarse en el poder. Claro que, estamos hablando de quien vendiera, literalmente, a su propio padre, Carlos IV,  para hacerse con él.

Afortunadamente entiendo que nadie, en nuestros días, sea capaz de mentir a diestra y siniestra, para hacerse igualmente con el gobierno, de manera tan rastrera. Sin importar con quien pactar aunque sea con los enemigos de tu nación. No creo que eso sea hoy posible. ¡Imposible! No creo, ¿no?

 

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