España no existe. O existe mucho, ¡qué sé yo! Cuánto más leo menos claro lo tengo. O sí. El asunto parece una tontuna, pero viendo la cantidad de literatura que se sigue vertiendo al respecto, a lo mejor está mal enfocado. Y la clave puede que sea el pequeño problema de que no sabemos desde cuándo podemos decir «España». Y hablar de españoles, claro. Parece ser que esto es una (¡otra!) peculiaridad de estos lares, que a este paso con todo lo que he criticado aquél eslogan que se inventó Manuel Fraga cuando era ministro de Información y Turismo de España es diferente, voy a tener que acabar dándole la razón. ¡Porque mira que somos raros, rediez! Y la cosa viene de lejos. Que vamos de romanizados, pero anda que no les costó a los pobrecitos imperialistas de la República de Roma el sojuzgar esta puñetera península. Un tal Julio César dijo sobre los hispanos (así, a bulto, que ya andábamos con tantas entidades y hechos diferenciales como ahora), que éramos de una ferocidad que ¡caray, qué gente! Dicho en latín, claro, que siempre queda más solemne.
Y mientras que en otros sitios sólo tienen un referente, como Boudica (Britannia), Vercintetórix (Galia) o Arminio (Germania), aquí tenemos a Viriato, Indíbil, Mandonio, Orisón, Corocotta, Olíndico… y hasta romanos reconvertidos para la causa como Sertorio, al que Pompeyo le tuvo que aplicar un CLV para que no se independizase de la metrópoli. Y dos siglos más tarde, un tal Octavio, que tiene un porrón de estatuas por España (Augusto, calienta que sales), acaba con la última resistencia de astures, cántabros y vacceos, y funda otro porrón de ciudades de esas que se sienten orgullosas de su legado romano. Instaurado (¡pásmense!) no a ritmo de batucadas y de flos potentia (flowepower, que dicen los bárbaros isleños), sino dando la del pulpo a las que iban de indómitas aldeas que resistían al invasor cuales unos Astérix y Obélix, pero de verdad. Y así, el año 19 a.C. toda Hispania es ya una provincia romana, y el templo de Jano, cerrará sus puertas en Roma. La guerra ha terminado. Pero no esta historia…
Pues en lo único que parece que vamos asumiendo nuestra herencia es que somos hijos de todos aquellos caudillos y tribus, y de esos bestias civilizadores a los que apenas les debemos cosas como el derecho, la irrigación, los acueductos, la salubridad (termas, cloacas, higiene), carreteras, el idioma… y cosillas así. Entonces, ¿podemos hablar ya de España? Pues sí… y no. Entre otras cosas porque aún no habíamos inventado la eñe, y éramos parte de un orden superior (el Imperio), con algo de entidad propia y algunas autonomías de la época (la Tarraconensis, la Bética y la Lusitania). Aunque ya se nos iba conociendo por los buenos soldados que daba esta península; por el vinillo de la zona (que no sé si es causa de que ya nos dijeran que pronunciáramos la uve y la be igual, y que en España (Hispania) vivir (vivere) era beber (bibere) y así de felices éramos); o por las tapitas de garum de Gadir y que, ¡por Júpiter, qué bien se come aquí!
Claro, un sitio así tenía los siglos contados para que empezara el turismo, y de pronto, ¡venga alanos, suevos, y vándalos al queo de ese paraíso del buen yantar y con tan buen clima! Y los hispanos, normal, con un enfado que vieron a ver si la UR (Unión Romana) tomaba cartas en el asunto. No se les ocurrió otra cosa que llamar a una gente del centro de Europa, que parecían muy eficientes, y al final se montó otro lío de inmigrantes irregulares por La Junquera, que para qué. Ahora con los visigodos que venían a arreglar el follón y al final, pues mira oye, aquí se está fenomenal, y mejor que con los francos que son unos siesos. Y de hispano romanos, pasamos a ser hispano godos. La cosa estuvo divertida y tuvimos muchos reyes de los que recordamos que uno se llamaba como las zapatillas de deportes en Cataluña, y que a otro se le comió un oso. Pero el caso es que se pusieron a organizar la península, y les quedó de lo más niquelao con un reino visigodo con capital en Toledo (nos salieron centralistas los chicos, qué se le va a hacer). Y con unos Concilios en los que se llegó a decir que el III es el nacimiento de algo que pueda ser llamado nación española. Para mí que no era lo mismo que ahora pensamos, pero mira, un comienzo parecía.
Pero éramos pocos y mal avenidos, y el caso que un tal Roderico se puso a discutir con el gobernador de Ceuta dicen unos, otros que si los hijos de un tal Witiza querían la corona para su padre, el caso es que llegó el moro Muza, y en la de Guadalete pasó aquello de que «Vinieron los sarracenos / y nos molieron a palos, / que Dios ayuda a los malos / cuando son más que los buenos». Y la cosa ya es cosa sabida. Que a esta tierra que decían de los vándalos (liándose con los godos, pues les debían de parecer todos iguales), a esa Vandalucía o Al – Ándalus que llegó hasta el otro lado de los Pirineos, se quedaron, y si antes nos venían por el norte, ahora es por el sur. Y aquello de nuevo acabó con que aquí no te quedas, que si vosotros no sois aquí, y un tal Pelagio dijo que esto es Asturias, ho, y lo demás va a ser tierra (re)conquistada. Y desde la de Covadonga hasta lo de Granada, ocho siglos de aceifas, razzias, taifas, reinos moros y cristianos, y un Juego de Tronos que ya lo quisiera para sí el George R. R. Martin.
¿Y España? Pues por ahí estaba. Entre Almanzores y Sanchos; entre Abderramanes y Ramiros… Todo el mundo queriéndola, y hasta nombrándose emperador de toda ella, como los Alfonsos leoneses. O cargando en las Navas de Tolosa en 1212 al grito de «¡Santiago! ¡Y cierra, cierra, España!». Y ahí cabalgando fueron castellanos, aragoneses, navarros, leoneses y hasta portugueses con ese nombre en sus bocas. ¿Entonces ya tenemos fecha? Pues el caso es que la cosa estaba más dividida que reunión de vecinos, con lo que, no lo veo. Como en esto de unirnos es cosa que vemos que se nos da regulín, tras lo de Granada mencionado de 1492, tampoco estábamos aún todos, y entre negocios aragoneses por el Mediterráneo, y aventuras castellanas hacia poniente, el caso es que nos damos de bruces con una Nueva España, más grande de lo que nunca pudimos imaginar, y nos convertimos en lo que empezamos. Un imperio sin emperadores.
Pero con lo de la fecha… seguiremos próximamente, ¡que ya ven que tiene historia la Historia!
Historia