Nací en 1963. En 1963 John le Carré publicaría el antes y el después de un género con la novela El espía que surgió del frío. Uno no cree en casualidades, pero cada vez más en las serendipias, que son casualidades pero mucho más bonitas. Y hoy me permitirán que les cuente un sucedido real que le ocurriera a este Espía Mayor, no por egocentrismo, les ruego, sino porque soy lo que tengo más a mano, y aunque nadie escarmienta en cabeza ajena, lo mismo esta tonta anécdota vital les ayuda, al menos, a pasar un par de minutos entretenidos. Les cuento…
Me hallaba yo revisando el manuscrito final de mi nuevo libro (que D.m. saldrá en junio con La Esfera de Los Libros), tan ricamente en mi atalaya sanlorentina, teniendo el palacio monasterio del Rey Prudente como visión inspiradora, llevando esa vida glamurosa que se nos presume a los escritores, y que tan brillantemente describiera el escritor Álber Vázquez en su La excitante vida de un novelista de provincias, cuando de repente llaman a la puerta. Uno ya sabe que a esas horas sólo pueden ser, bien el cartero para traerme una multa por ir a la electrizante velocidad de 82Km/h, sólo al alcance de pilotos como Fernando Alonso o de aquél que vaya por los tramos-trampa de la minotauresca M-30 madrileña, bien algún mensajero con remesa de libros, encargos de juegos de mesa, o cualquier frikada de las mías que les obvio para que no tengan una imagen aún más lamentable de este plumilla.
El caso es que aparecieron dos sujetos enfundados en sus monos de trabajo, más que informándome, conminándome que paso franco, y que venían a por mi contador del gas y a clausurarme el gas. Cara de eso es más abajo, o de ¿a qué piso dicen que van? Ambos jaques, firmes con que aquí vienen y que supiera que yo no tenía oficialmente gas con Madrileña de Gas, a la que pertenecían. Ingeniosa respuesta de que pues va a ser que sí, pues mírenme lo calentita que está la casa, y lo chulo que estoy con mi camiseta de manga corta de Legado Hispánico dedicada a Elcano. Ellos, ya en jarras, con que compruebe qué comercializadora tengo, que me han dado de baja. Uno, empezando a pensar lo de tate tate, que estos van en serio. El clásico esto es un error, ahora llamo y verán.
¡Ah, las llamadas actuales a una compañía…! Qué cosa más interesante… Llamada a EDP Energía… Música de Goran Bregovic a la conexión, mensajes enlatados para que digas quién eres… petición de marque el 2 si es para incidencias… más música de Goran Bregovic… petición de marcar tu DNI, número de contrato, el del carné del Madrí, y la raíz cuadrada de Pi menos el logaritmo neperiano de cero… más Goran Bregovic… si quiere hablar con un comercial, espere… tu-tú, tu-tú, tu-tú, tu-tú… ¡Mierda! ¡A comenzar de cero! A todo esto, uno ya no sabe qué marcar, con los barbari ad portas, esperando hacer caer tu pequeña civilización que supone tener calefacción en toda tu casa en plena Sierra del Guadarrama, y caldarium o tepidarium privado para el aseo diario. ¡Ya, ya me lo cogen! Sí, señorita, verá, es que me dicen que… ¿cómo que no soy cliente suyo? ¿Pues yo tengo este contrato que… ¿Que me he dado de baja voluntaria? ¿Y por qué habría de hacer tal cosa absurda y quedarme sin suministro? Ya, que no le consta. ¡Pues anda que a mí! Verá, es que mañana viene una ola de frío, y lo mismo nos vamos a pasar unos días por debajo de cero grados, y además es puente, y estas cosas con festivos de por medio… Entiendo que no sea su problema, ¡es el mío! Oiga Jefe, que tenemos un horario. Que sí ¿que no ve que estoy al teléfono? Señorita, que si hay algún impago o problema que lo arreglamos ahora, que me quedo sin gas. ¿Cómo que me da un número de incidencia? ¡De buenos días y muchas gracias nada, oiga, ¡oiga! Me ha colgado.
La imagen de la novela El Terror de Dan Simmons viene a mi cabeza… La de cambiarme la camiseta por la del San Telmo y pasar a ser parte de su tripulación, también. Imágenes musicales con el estribillo «Let it go, let it go…». Palabras de un juramento… «Soy la espada en la oscuridad. Soy el vigilante del Muro. Soy el fuego que arde contra el frío…». Y como si fuera el vecino que viera al infantito siendo raptado por las tropas de Murat un 2 de mayo de 1808, el grito interno de «¡que se lo llevan, que se lo llevan!» me devuelve a la realidad. Empiezo a pasar por todas las fases habituales: negación, ira, negociación… La falta de empatía de unos y de otros hacen imposible esta última. Que llegara la siguiente, depresión, estaba a minutos, a horas en cuanto el sol cayera y el calor se hubiera disipado del todo de los inertes calefactores. Que llegó.
Seis días con sus noches… Llamadas a tirios y troyanos. Amigos abogados diciendo, juraría que en un Estado de Alarma como en el que estamos estaba prohibido dejar a un ciudadano sin un suministro básico (agua, electricidad, gas…). ¡No dejaremos a nadie atrás! Es cierto, el presidente Sánchez lo dijo. Claro que, también dijo que saldríamos mejores, y nos hemos convertido en un país de chivatos, de ciborgs sin alma que te espetan «nosotros cumplimos órdenes». Dijo que saldríamos más fuertes, y gracias a meterme a mi perro Nikon en la cama he podido sobrevivir como El renacido de diCaprio.
No les puedo contar el final de la historia, pues aún estoy metido en ella. Los comercializadores suspendieron el contrato por un impago… ¡de mayo de 2019! El cuál, por cierto, demostré haber pagado (y por tanto, regularizado) con retraso por a saber qué pasaría con la domiciliación y ante el pertinente aviso, y ante la que siguen enmudecidos como colipoterras. Al menos la reclamación a la distribuidora hizo su efecto cuando casi se iba a cumplir una semana, lo que hace que les pueda escribir esta pequeña crónica personal que tan amables me han permitido, sin los mitones conque tuve que acabar de revisar mi manuscrito. ¡Qué cosas ocurren en esta España solidaria, vean ustedes, qué cosas…!
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