En diciembre de 2018, la misión Osiris-Rex, de la NASA, llegó hasta el asteroide Bennu, una roca espacial de unos 500 metros de diámetro. Y apenas una semana después descubrió en ella algo muy extraño: la roca estaba expulsando partículas al espacio. La cámara de navegación de la sonda ya había detectado las partículas previamente, pero al principio los científicos de la misión pensaron que se trataba del fondo de estrellas. Un análisis más detallado reveló que en realidad se trataba de pequeños fragmentos de la propia roca.
Los asteroides que pierden masa se denominan «activos» o «cometas del cinturón principal», porque en ocasiones dejan rastros temporales de polvo y escombros que recuerdan a la cola de los cometas. Cuando los astrónomos detectaron por primer vez esta clase de asteroides, creyeron que el rastro estaba formado de hielo en polvo, como sucede con los auténticos cometas. Pero hoy se sabe que hay otros mecanismos que son capaces de hacer que un asteroide sea activo.
Lo cierto es que hasta ahora no se han encontrado muchos de estos asteroides, y la mayoría de los que se han visto pierden una cantidad tal de material que resultan perfectamente identificables desde los telescopios en tierra. En general, los asteroides suelen ser estables y, de hecho, Bennu se había considerado como tal. Hasta ahora.
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