Simon Jeffes tuvo un sueño. Lo ha contado repetidas veces. En su interpretación de tal sueño se multiplican las escenas de hombres centrados en sí mismos. Al día siguiente, en la playa, decidió regentar el Café del Pingüino, con un objetivo: demostrar lo importante que es en nuestras vidas dejar entrar cualidades como la espontaneidad, la sorpresa, el azar, lo inesperado y lo irracional.
Así nació, según su propio testimonio, la Penguin Café Orchestra en 1972. Simon Jeffes fue a partir de entonces grabando de manera pausada, dándose plazos de tres años más o menos antes de publicar un nuevo trabajo, de manera que sus cuatro primeros y mejores discos abarcan algo más de una década. Desperdigadas entre sus grabaciones se encuentran piezas que le han encumbrado como el excéntrico músico británico por antonomasia que toca en formato clásico algo que no se sabe lo que es ni cómo llamarlo.
Simon Jeffes amplió muy pronto su gran angular gracias a unas primeras experiencias vitales en diferentes ciudades y continentes, sintiéndose no pertenecer a ninguna parte y perteneciendo a todas. También su primer encuentro con la guitarra a los 12 años, y como aquello fue para él la revelación con mayúsculas. O cómo más tarde se subió al Transiberiano rumbo a Oriente en una travesía de cuatro meses hasta finalizar en Japón.
Allí comenzó a interesarse por la música africana, a raíz de una casete que le pasó un amigo. Aquello le hizo pensar que la música debe golpear en el estómago y en el corazón, sin la mediación de la mente.
De vuelta a Inglaterra, se embarca en proyectos cercanos al reggae, y comienza a trabajar en terrenos variopintos, desde bandas sonoras junto a Rupert Hine hasta mezclas de estudio para otros artistas. Se le puede encontrar en los créditos del concierto en directo Caravan & the New Symphonia de 1974 y hasta firma la primera pieza introductoria del grupo de Canterbury.
Luego llegó la eclosión del punk y el avispado inventor de los Sex Pistols, Malcolm McLaren recluta a Simon Jeffes para grabar los arreglos de cuerda de la versión del “My Way”. ¡Hasta le pide Malcolm a Simon que le de unas clases a Adam Ant introductorias sobre la música en Burundi! Se convierte, según sus propias palabras, en una especie de asesor musical de la New Wave, llegando a grabar con el grupo 101ers de Joe Strummer antes de su incorporación a The Clash.
Sin embargo, a Simon Jeffes le gustaba demasiado Satie, Beethoven, Bach, John Cage, como para navegar por afluentes. Y acabó construyendo su particular barcaza con gruesos cabos de cáñamo para atravesar río abajo el continente por las inabarcables aguas del Don.
Simon Jeffes empezó entonces a componer pensando en violín, chelo, guitarra y piano. Su carisma atrajo hacia él a tres músicos sorprendentes. Helen Liebmann, de formación clásica en la Royal Academy de Londres, especialista en chelo. Geoffrey Richardson a la viola, abandonando su grupo Caravan tras conocer a Jeffes. Y el pianista Steve Nye, que había comenzado trabajando junto a George Martin en los Air Studios en 1971, y que es en parte culpable del sonido de Deep Purple, Wings, y sobre todo del mejor Roxy Music de Siren.
Pero Simon Jeffes siguió arrastrando hacia él cada vez a más músicos, hasta configurar para sus grabaciones una auténtica orquesta de tales dimensiones que ya casi no cabían en su excéntrica barcaza con gruesos cabos de cáñamo, por más que para aligerar peso fuera incrementando el número de oukeleles.
El resultado, composiciones que se incorporan a la mente en un empaste perfecto, como si siempre hubieran estado ahí, y no hiciera falta más que encontrarlas. Los títulos de algunas de sus canciones le delantan: “Music by Numbers” o “Pitagoras Trousers”. Su música te lleva a los secretos de la materia. Sientes un ensamblaje en perfecta geometría a tu alrededor. Y una ligera elevación del espíritu.
Simon Jeffes se marchó definitivamente, dejó la barcaza en la orilla en 1997 y volvió a su sueño donde regentaba el Café del pingüino. A ambos lados del río siguieron sonando sus canciones, “Air à Dancer”, “Prelude & Yodel”, “Paul´s Dance”, o aquella dedicada a un harmonium viejo que se encontró huérfano en las calles de Kyoto. Era tan bello que estuvieron observándolo extasiados durante días enteros antes de atreverse a tocarlo.
Otros temas