Antonio Vega, aunque vivió 51, siempre tuvo 15. Y nadie podía pararle. Abrir la herida abierta por la desaparición del cantante tras su muerte aquel 12 de mayo de 2009 no resulta plato de gusto, aunque tal vez haya que hacerlo. Ahora que entramos en diciembre -el mes de los balances del año y el mes en que nació Antonio, este Sagitario nuestro que es ya universal-, es momento de hacer balance de la película sobre las andanzas del madrileño dirigida por Paloma Concejero y titulada Antonio Vega, tu voz entre otras mil (Karma Films, 2014). Allí se abre la puerta a múltiples enigmas que rodean a Antonio Vega, sin duda uno de los más inasibles letristas que ha dado el pop español.
Su voz: la de Antonio Vega en la grabadora de Bosco Ussía, sombra del artista en su última etapa. Y las otras mil: las diferentes familias, la materna, la de Marga, las otras; así como las tribus, que recuerdan caras distintas no siempre compatibles del mismo prisma.
La esencia de la poesía radica en eso, en no decir abiertamente las cosas, sino en esperar que llegue quien quiera desvelarlas. Manuel de la Fuente escribía de Antonio Vega: “tú, trovador de la triste figura, de los de melodía en astillero, delgado como el hilo que te sujetaba a la vida, ligero como un pétalo de rosa, pequeño como la púa con la que arrancabas desconsuelos, despedidas y pérdidas a esas seis cuerdas entre las que habías vivido y cantado a quemarropa, amado con alevosía, y escrito con premeditación como si fueras todavía un poeta recién casado”.
No hay tregua, desde las canciones que parecían trallazos del primer disco de Nacha Pop hasta su girar en torno a la triste figura de Antonio Vega del final, siempre fue el mismo, un eterno adolescente que hizo lo que le dio la gana siempre. Así lo reconoce su madre, en las reveladoras apariciones de Tu voz entre otras mil. La madre lo recuerda como un niño muy listo. Y que sabía cómo desatar las correas.
Las veces que un servidor habló con Antonio, tuvo siempre la suerte de tenerlo en momentos de lucidez, con la camisa siempre remangada y el pecho al aire, preguntando cosas, queriendo saber sobre esa versión del “For You” de Springsteen, el “Tempted”, de Squeeze o alguna de Steely Dan. Otras veces olías el cuero de la chupa al pasar y poco más. Había prisa. El pasado no parecía interesarle tanto como para dedicarle tiempo. Nunca he visto a nadie más instalado en el presente, en eso que llaman el “carpe diem”.
Tal vez sea por eso que sus canciones siguen llegando a chicos que hoy tienen 15, como él, con igual fuerza. No han dejado de tener vigencia las canciones de Antonio Vega. Y no dejarán de tenerla, sino que la cosa irá a más. Son ya varias generaciones que se retroalimentan.
Del trabajo de Paloma en Antonio Vega, tu voz entre otras mil, diría que impresiona y, lo más importante, abre el camino para que otros, en el futuro, sigan indagando en la música de Antonio, en lo que escuchaban ellos, los Nacha Pop, sus gustos, sus ídolos, la creación, el trabajo en estudio. Todo eso que no se nos suele descubrir fácilmente de un artista y que es la gran tarea de quien investiga sobre un músico.
En la pantalla, mediante una cinta larga donde se van sucediendo los testimonios, encuentras una imagen que, sí, es a veces desasosegante. Un músico hipersensible, burlón, complejo, difícil. Como sus letras.
Esas letras que, en el sitio de nuestro recreo, en el patio del colegio, después de iniciarnos por primera vez viendo a los Nacha Pop en Rockola, escuchábamos sin parar con la esperanza de resolver el enigma: “Fuiste renovando tu sonrisa / uh, uh, enséñala / Fuiste conservando tu camisa”. Nada podía hacernos sospechar que las mejores canciones de Antonio estaban todavía por venir.
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