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Blogs Música para la NASA. por Álvaro Alonso

Los garabatos de fito & fitipaldis

Los garabatos de fito & fitipaldis
Álvaro Alonso el

La voz de fito & fitipaldis suena más fuerte que nunca en su último disco, Huyendo conmigo de mí, un disco que es ya de platino tras vender más de cuarenta mil copias, una proeza en los tiempos que corren. Tras colgar el cartel de “no hay entradas” en los conciertos de la gira que comenzó a partir de septiembre con la publicación del disco, ahora anuncia una serie de conciertos en Latinoamérica para no parar de tocar a su vuelta por el mes de mayo de 2015 en los más recónditos lugares de la península, con fechas en plazas grandes y otras tan singulares como Guijuelo o Alcantarilla. Seguramente la gira se vaya completando a medida que pasan las semanas. El disco lo merece.

Yo descubrí al rockero bilbaíno una tarde invernal en la puerta de Madrid Rock. La tienda hoy desaparecida de la Gran Vía tenía una fila impactante de más de quinientos chicos esperando a la intemperie que se perdían al llegar la esquina. Aquello nos llamó mucho la atención a mi amigo Jaime y a mí. Preguntamos a uno de ellos qué hacían todos pasando frío. “Es que firman el disco Platero y Tú“. Ostras, dije, el de las camisetas que llevan a clase.

Por suerte, Platero y Tú había cogido el tren de cola del lanzamiento de Extremoduro, el grupo de Robe Iniesta. Así que en sus comienzos Fito se vio beneficiado por el viento a favor que supuso pertenecer a una especie de movimiento nuevo dentro del rock nacional. El propio Iñaki Antón se vio al poco seducido por Robe hasta el punto de convertirse en su compañero de fatigas, con lo que Platero y Tú se encontró de pronto en una encrucijada que llevaría a su desaparición.

Por suerte, Fito decidió seguir tocando bajo el nombre de Fito & Fitipaldis hasta que en 1998 aparece su primer disco, A puerta cerrada. Si Platero y Tú era combustible para el viernes noche, Fito & Fitipaldis era el remedio para los corazones rotos, confesiones en primera persona de aquello que más nos inquieta. Del rock duro pasó a los medios tiempos con un marcado sonido de Fender sin hacerle peros al estilo descarnado a corazón abierto de Enrique Urquijo, un músico a quien Fito siempre había admirado y a quien parece dedicar al menos dos canciones de Huyendo conmigo de mí, “Entre la espada y la pared” y “Después del naufragio”.

En el caso de Enrique Urquijo la vida del “chico que se siente vulgar al bajarse de cada escenario” acabó en una tragedia poco menos que tristemente anunciada. No así Fito, originariamente Fito Cabrales, un chico modesto con un don para la poesía entre lo explícito y lo desgarrador que sabía aprovechar sus dotes vocales para componer canciones capaces de conectar con los sentimientos de miles de personas, una proeza al alcance de muy pocos. Fito tuvo una ascensión a los cielos muy rápida, una caída en los infiernos estrepitosa, y un volver a levantarse que merece otro aplauso, en el terreno personal.

Lo de Fito ha sido desde el principio una corriente subterránea, un fenómeno de abajo arriba, con una base en la pirámide que ha crecido escuchando sus discos con total admiración, un seguimiento cuasi fanático del que Fito tal vez no sea del todo consciente, pero que explica la envergadura y sobre todo la solidez de su éxito.

Un éxito cuyo secreto tal vez radique en el estilo propio de sus aparentemente simples canciones, en esas letras oximorónicas (véase la grandísima “La casa por el tejado”) que nadie sabe de dónde surgen excepto él. A Javier Krahe lo homenajea con una canción tremebunda, “Nos ocupamos del mar”, pero ese gusto por el choque de trenes de las imágenes emparenta a Fito también con Sabina (véase “Soldadito marinero”, de Lo más lejos a tu lado) o la muy sabinesca “Nada de nada”, del último.

A mí me gusta mucho “Garabatos”, por los cambios de ritmo, la complejidad de la canción, el aire “grahamparkeriano” de la banda tocando, el desgarro en la voz del cantante y, sobre todo, por el aire testimonial de la letra. Porque “hay canciones que te dan de frente y te enseñan el camino”. Una de las grandes de Fito desde “Antes de que cuente diez”, “Me acordé de ti” o la estremecedora “Me equivocaría otra vez”.

Fito te habla en primera persona, como un taciturno J. J. Cale con un cigarrillo encendido al atardecer en el porche de la cabaña de Tulsa redescubriendo el blues con cada acorde. Así  la fabulosa “Pájaros Disecados” cuando dice: “sé que tengo que olvidar este frío mes de enero, luego volveré a brillar de nuevo”. Algo que nos recuerda a otra de sus grandes canciones, “Por la boca vive el pez”. Aunque a Fito, como al viejo Cale, no le pedimos vanguardia vacía ni electrónica ciega. Solo el encuentro con un amigo, con otro yo que piensa, a veces, lo mismo.

Luego llega “El vencido”. Una balada que hace pensar en San Fito al lado de los místicos españoles, sin exagerar demasiado, junto a Juan y Teresa. “Tengo un diente de oro y otro partido”. “Aunque me pise el mismo pie que antes me besó la boca”.

 

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