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Blogs Música para la NASA. por Álvaro Alonso

Cecilia, razones para la imantación

Cecilia, razones para la imantación
Álvaro Alonso el

Hay en la música española algunos casos excepcionales. Son aquellos que transcurridas las décadas siguen manteniendo el pálpito de la primera escucha. Evangelina Sobredo Galanes, Cecilia como nombre artístico, se manifiesta a una altura estratosférica si la comparamos con el resto de cantautores de su generación.

En primer lugar por ser mujer. En segundo lugar por atreverse con las fuentes del folk americano adaptándolo a nuestro paisaje. En tercer lugar, por el cuidado lenguaje gracias al cual convertía las letras de sus canciones en poesía. La cuarta por la valentía con la que se posicionó en una tradición -la de Valle-Inclán,  la de Buñuel, la de Berlanga- que criticaba a las claras, pero sin perder las formas, los delicados encantos de la burguesía española.

La quinta, por su dominio de la escena y el espacio y por su voz. En sexto lugar, por esos versos que dicen en castellano viejo cosas que duelen y sanan, como el hielo que presiona sobre los golpes de la vida. Y, en séptimo lugar, por su sonrisa, llena de luz, la luz de Cecilia que tan bien supo explorar el fotógrafo César Lucas en 1975 .

Da la impresión de que sabemos poco de Cecilia. Desde que nos dejó perdiendo la vida a los 27 años, dormida en el asiento de atrás, de vuelta de un concierto en la sala Nova Olimpia de Vigo, la madrugada del 2 de agosto de 1976, han ido apareciendo datos y documentos sobre su vida, ediciones de grabaciones inéditas, e incluso una biografía a cargo de José Madrid, Equilibrista, la vida de Cecilia, la primera biografía sobre la cantautora madrileña, que tuvo que esperar  hasta 2011 para ver la luz. Y, sin embargo, el universo de Cecilia parece necesitar más atención, una nueva escucha más completa y concienzuda de su repertorio.

 

Cuando canta Cecilia mira a los ojos fijamente, diciendo “esto no te va a gustar oírlo, pero lo digo”, y sonríe. Llena el escenario con una seguridad pasmosa, sin necesidad apenas de hacer más que algún gesto con las manos y algún pequeño giro sobre su eje.

No quiero exagerar, pero Cecilia, que a punto estuvo de lanzar su carrera al tiempo que Julio Iglesias en América, podría haber triunfado en una línea cercana a Joan Baez, a Emmylou Harris, a Linda Ronstadt. Como compositora es sin lugar a dudas superior a las tres mencionadas. Aunque sea feo lo de hacer comparaciones, más si cabe por lo inmerso que estaba el universo de Cecilia en los tiempos y la circunstancia española.

Sobre las canciones, cada cual tiene su preferida de Cecilia. La más celebrada es “Ramito de Violetas”, esa romántica paradoja que nadie sabe si no esconde una de sus letras más críticas. Y “Mi querida España”, una canción que seguirá ahí cuando nosotros ya no estemos. Pero hay muchas más, escondidas en su amplio repertorio. Hace unos meses Nacho Vegas publicaba por sorpresa su visión de una de esas canciones tremendas de Cecilia, “Si no fuera porque”, en la que la cantante encara uno de los temas tabú por excelencia.

El 2 de agosto se cumplían 37 años de la muerte trágica de Cecilia, la cantautora más rica e inasible de cuantas surgieron en la España de los años setenta. Tenía 27 años. Quería, como sabemos por “Doña Estefaldina”, acabar de llevar a su terreno los versos de Valle-Inclán, nada menos.

Valle-Inclán decía, hablando de su libro La lámpara maravillosa, que ahí podía encontrarse la imantación, entendida ésta como “sentir el amor”. Todas las canciones, hasta las más comprometidas de Cecilia, tratan del amor y sus enemigos. No sabemos si llegó a sentir el amor del que habla Valle. Yo creo que sí, en muchas de las caras del prisma. Y supo retratar la imantación como nadie lo había hecho nunca antes.

Hoy seguimos enamorados de Cecilia. Vivió 27 años. Tres únicos Lps de estudio. Un universo propio que quiso darnos a conocer generosamente. Una sonrisa honesta que delataba una controlada timidez. Un impenitente optimismo. Un asombroso amor a la vida.

 

 

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