Pues bien, parece que muy bien. Falta muy poco para que salga a la venta Corazón, su proyecto más ambicioso desde aquel Supernatural (1999) con el que volvía a las portadas de las revistas y a un indiscutible número 1 literalmente en todo el mundo echando el cierre al siglo XX por la puerta grande. Este nuevo disco que se anuncia y que ya presentó en la ciudad mexicana de Guadalajara el diciembre pasado tiene ingredientes sabrosos, auténticos e intergeneracionales.
Así los porteños Fabulosos Cadillacs, una banda mayúscula que se agradece sea recuperada y que todavía son recordados por aquel “Matador” con bases rítmicas de samba-reggae en clave de rock. O los increíbles Skank, unos brasileños haciendo ska! que aún recuerdo de una canción rara avis que se llamaba “E proibido fumar”. O Gloria Estefan, ese milagro nacido en las calles de la Habana interpretando a la diva caboverdiana por excelencia, la inolvidable Cesária Évora. O la pura sangre Lila Downs, con nuestra Niña Pastori y Soledad atreviéndose a trío con una de los canadienses que amaban el mambo Pink Martini. O la incorporación del supercrack Pitbull, que las quinceañeras o entran en el paquete o aquello no tiene vida. Santana reconoce haber mirado fijamente a los ojos del cubano para ver cuáles eran las oscuras intenciones de éste y vio emoción en ellos. Quedó convencido.
Ahora una confesión. He de reconocer que menos gracia me hacía Juanes, no por él desde luego, sino por haber elegido “La flaca”. Manías personales (hacia la flaca). Aunque enseguida tuve que reconocer aquí que Santana se luce en el solo prolongado, con ese wa wa espléndido y la versátil voz de Juanes, que puede sonar fiera cuando quiere. Con Juanes y Santana la canción se convierte en otra cosa, en un hit brutal. Mucho mejor, y esto dicho desde el mayor de los escepticismos.
El disco entusiasma, y tiene abundancia de pequeños matices, siendo como es un trabajo en equipo, con multitud de talentos dispares gravitando en torno a la luz de Santana. Una luz que lleva un mensaje de latinidad. Lo latino desde hace años anda dando tumbos entre intentos de alcanzar el mercado anglosajón y su mercado propio, pero sin proyectar luz sobre todo el planeta tierra, como otrora ha ocurrido, desde Pérez Prado, Tito Puente, luego con Beny Moré, Rubén Blades, Celia Cruz, Juan Luis Guerra o Santana. Luces que han sido como un amanecer dorado (entiéndaseme bien) sobre el verde, el gris, el marrón y el azul del planeta en diferentes momentos de nuestra historia reciente.
Santana sabe que es afortunado. Su precisión temprana a la guitarra eléctrica (en ciertos momentos daba la espalda en los conciertos, como algunos músicos de jazz, Miles Davis por ejemplo, para no ser copiado en sus hallazgos) y su inteligencia para moverse en el show business, le llevaron a vivir tiempos de leyenda en el fin de década de los sesenta. Su disco Abraxas se mantuvo seis semanas en el nº 1 en EE.UU. Para un chicano -desde los setenta ciudadano americano- nacido en Autlán de Navarro, en las afueras de Jalisco, aunque criado en Tijuana, a un paso de San Diego, que creció escuchando a Miles Davis a la vez que a Javier Solís, y que aprendió a “enfangarse” para bien con el blues de B.B.King y John Lee Hooker, aquello era una escuela y una plataforma que no podía desaprovechar. Y así lo hizo. “Oye cómo va”, sus congas y su percusión afrocubana triunfaron. Santana desde entonces ha tocado y es considerado entre los mejores. Pero, más allá de rankings, su estilo es verdaderamente personal. En un par de acordes ya sabes que es Santana y no Clapton, Hendrix o cualquier otro. No hace falta más. Santana es único. Eso es dificilísimo con una guitarra eléctrica.
Pero volviendo a Carlos Santana en 2014, a mi me llena más que de admiración de orgullo este nuevo disco Corazón por la clarividencia que demuestra al involucrarse en un más que ambicioso proyecto aunando voluntades y egos fuertes, verdaderas estrellas del pop y el rock, bajo un mismo corazón latino. Les deseo toda la suerte del mundo. Y que se la pasen bien. Falta nos hacía algo así.
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