Ocurrió hace unas semanas. El banquillo de Gürtel estaba vacío. 37 acusados y ninguno de cuerpo presente. Tanto la Fiscalía Anticorrupción como la Abogacía del Estado montaron en cólera. «Alguien debería haber», reclamaron. Al Tribunal se le había ido la mano con tanta dispensa. Un abogado me aviso del revuelo y predijo: «No sé por qué, pero presiento que la sala va a obligar a Mariano a ir a San Fernando».
Rajoy cruzará el próximo 26 de julio la calle Límite, que hace esquina con la Audiencia Nacional, porque dos de sus magistrados «no aciertan a entender en que consiste ese despliegue importante por el hecho de tener que desplazarse 18 kilómetros». Ni en su despacho en Moncloa ni por plasma. Entrará y saldrá a pie como hizo Esperanza Aguirre, que abandonó la sala rodeada de medios, con lágrimas en los ojos porque confiaba en Nachete, caminando al mismo tiempo que otro de sus hombres, Alberto López Viejo, mientras en la acera de enfrente del polígono le gritaban: «¡Corruptos!».
Si fuera su gurú, como ese Pedro Arriola que también aparece en los «papeles de Bárcenas» como uno de los mayores perceptores de dinero negro, le pondría las imágenes de la lideresa en bucle para que supiera que le espera. Al igual que su interrogatorio, donde se remontaron a los tiempos en los que Francisco Correa andaba por Génova 13 como por su casa.
A Rajoy, como «ciudadano español» y testigo, le preguntarán, entre otros temas, por la financiación ilegal de las campañas municipales, autonómicas y generales de 2003 y 2004 y si dio la orden de que Don Vito no trabajara más para el Partido Popular tras escuchar a un empresario, Joaquín Molpeceres, denunciar las «actividades ilícitas» de la trama en los Ayuntamientos de Madrid, el mismo día que entregaba un donativo de 60.000 euros.
El daño sin límite de un presidente de Gobierno sentado en un juicio por corrupción, por mucho que comparta asiento en el estrado con los abogados y no tenga detrás al hombre que ascendió a tesorero en el Congreso de Valencia de 2008, al que le enviaba mensajes de «sé fuerte» o «hacemos lo que podemos», va más allá de que «habrá circo».
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