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Abstención

Abstención
Marisa Gallero el

 

Abstención es la palabra que Susana Díaz no se ha atrevido a pronunciar durante su intervención en el Comité Federal, sabiendo que es el sapo que se va a tragar el Partido Socialista, fracturado en dos.

Abstención por «mandato imperativo» es lo que ordena Javier Fernández convencido «de corazón» que es lo mejor para todos. A pesar de que Miquel Iceta pide comprensión para «seguir juntos», ya que piensa seguir con el «no» a Mariano Rajoy.

Abstención sin someterla a la militancia proclama Eduardo Madina, afirmando que no es «ningún hereje» por defenderla.

Abstención sería la gran protagonista de unas terceras elecciones si no se hubiera terminado el bloqueo, después de casi once meses comprobando que nuestros votos sólo sirve para lanzar consignas y planear estrategias.

Abstención de saldo, sin condiciones, es la decisión que ha tomado el PSOE de cara a la investidura de Rajoy, cuando más de un dirigente socialista apostaba por hacer valer sus diputados. «Derogas la Ley de Seguridad Ciudadana y la reforma laboral; incentivas las prestaciones sanitarias y las becas; recuperas la Ley de Dependencia… Pones un calendario y se lo entregas al PP. No puedes formar Gobierno, pero tus escaños son útiles», decían.

Abstención es el discurso al que se va a agarrar Pedro Sánchez para volver con fuerza, y presentarse ante la militancia como el único que puede reconstruir el PSOE. Después de no pisar en dos semanas el Congreso ni dar la cara en el Comité. Eso sí, con suficiente tiempo para irse de vacaciones a L.A.

Finalmente se cumplió la profecía trampa de Pablo Iglesias -«Después de las próximas elecciones generales, el Partido Socialista tendrá que elegir entre hacer presidente a Mariano Rajoy o a mí»-. Él no consiguió los votos para llegar a Moncloa, pero sí para exigir la vicepresidencia y cinco ministerios. Al no ostentar el poder absoluto, ninguneó a Sánchez en su investidura, proclamó que Felipe González estaba manchado de «cal viva» y soñó con el «asalto a los cielos».

Ahora da igual los argumentos de unos y otros. Nadie convencerá a nadie. Si el PSOE es capaz de articular un relato después de la debacle, podrá resucitar o morir devorado.

Tras la guerra civil de los dos últimos comités, la rosa roja marchita, no sólo se deshoja, sino que ha perdido todas sus espinas.

 

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