En 1989 llegué a Madrid para estudiar periodismo, un mes antes de la caída del Muro de Berlín, después de un año viviendo en el estado de New Jersey en EE.UU. Gobernaba entonces George Bush padre, tras capitalizar la popularidad de Ronald Reagan en las urnas contra Michael Dukakis. En más de una ocasión tuve que responder si era «spanish or spaniard», si era mexicana o de España. Era una pregunta recurrente, como si fueran a cambiar el trato según la respuesta. Se notaba el tono despectivo si por un casual decías que no venías de Europa.
Donald Trump ha sabido moverse en esa subconsciente colectivo norteamericano, que pocas veces sale a la luz, y en menos de cien horas, de forma triunfalista, ha anunciado la creación de un muro que cierre la frontera con México. En un mundo plenamente globalizado sólo buscamos impedir el paso. En este lado del continente no hemos construido un muro, pero hemos cerrado nuestras puertas a los refugiados al dar vía libre a Ankara, para devolver a todo extranjero que llegue ilegalmente a las costas griegas.
Trump con su «América, primero» y la firma del decreto para reforzar la frontera se ha cargado de un plumazo ese orgullo proclamado de tierra prometida, de ser un «melting pot», un crisol de culturas. Sin olvidar que de los 3.185 kilómetros de frontera entre Estados Unido y México, una tercera parte están ya separados por una valla, lo más preocupante es la actitud chulesca del nuevo inquilino de la Casa Blanca, mandando muy lejos la diplomacia al asegurar que «México pagará el muro de una forma u otra».
Con ello nos da la clave del personaje que ha elegido el presidente norteamericano. Aunque quiera ser el sheriff, se parece más a «Bronco Billy», ese cowboy de medio pelo, dueño de un circo interpretado por uno de los directores que le apoyó en su campaña.
Donald J. Trump @realDonaldTrump Big day planned on NATIONAL SECURITY tomorrow. Among many other things, we will build the wall!
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