Colette en realidad no ha sido una verdadera tienda, sino más bien un centro de “exposición” y promoción de la moda internacional. Una vitrina privilegiada en el corazón de Saint-Honoré, donde las marcas podían hacer su particular despliegue sin alquileres ni empleados.
Aunque al principio se convirtió en buque insignia de las extrañas marcas belgas, de diseñadores impronunciables como Ann Demeulemeester, Colette también ejercía de promotora de piezas concreta de las marcas más conocidas.