Yves Carcelle, el estratega incansable
Yves era una de las personas más activas que jamás he conocido. Bernard Arnault, accionista mayoritario y presidente del grupo LVMH, puso en sus manos en 1990 un despojo lleno de antiguallas llamado Louis Vuitton Malletier. El Mago de Oz de la moda francesa, Yves Carcelle, le dio la vuelta, otra vuelta y una vuelta más, hasta convertirlo en la primer empresa de moda de prestigio a nivel mundial.
Las ventas y los pingües beneficios que dio Louis Vuitton durante décadas, permitieron a Arnault ampliar su portfolio de marcas y consolidar su imperio.
Para muchas personas, no obstante, el nombre de Yves Carcelle es desconocido, algo lógico, puesto que las cabezas pensantes de las grandes marcas no suelen casi aparecer en los medios y dejan los focos a los directores creativos. Tal fue el caso de Yves –invisible tras Marc Jacobs, Murakami o Narciso Rodríguez– y un largo etcétera.
Ese es también el caso de Patrizio Bertelli, alma de Prada y marido de Miuccia. O el de Domenico de Sole, que montó el grupo Gucci de un plumazo y puso a Tom Ford a dar la cara.
Pero lo interesante de Yves Carcelle es que inventó el actual sistema de la moda: esa tarantela de renovar marcas “caducas” con olor a naftalina y hacerlas más modernas que las recién creadas. Ideó el “baile” de diseñadores geniales (ahora se dice directores creativos, que viste más) que sin saber suficiente, se iban colocando en puestos clave: no importaba nada, para eso estaba él.
Lanzó las primeras ediciones especiales y el servicio después de la venta. Se aseguró de profesionalizar las empresas y de que entre sus directivos se contase con materia gris y capacidad resolutiva. Y consiguió hacer ganar dinero a espuertas a Bernard Arnault.
El secreto del éxito de Yves, en mi punto de vista, se basaba en dos pilares fundamentales: el primero, su mente privilegiada y abierta: cambiaba de opinión si hacía falta sin ningún problema, absorbía información como una esponja y tomaba buenas decisiones con pocos datos. El segundo pilar era el número de horas que le dedicaba a trabajar: todas las del mundo.
Disfrutaba estando en acción, podía presumir de ser un jefe exigente pero amable, rápido y curioso. Le apasionaba el desafío del “mas difícil todavía”.
Pasaba de Rangún a Valencia en un día y medio y soy fiel testigo de ello. Evidentemente, este viajero incansable lanzó a Vuitton en China cuando nadie había pensado en el dormido pero latente “poder amarillo”. Solía viajar en el avión privado de LVMH, cuando no lo usaba Arnault, donde le pedía al piloto que hiciese un “looping” en el aire para reírse de las caras de sus aterrorizados compañeros de viaje.
En España se le conoce más por haber sido el responsable de la compra de LOEWE por LVMH. Esa fue probablemente la única mala decisión que tomó. La compra se hizo a través de Louis Vuitton España s.l, sociedad que yo dirigía en ese momento. Yves había aprendido español de niño durante estancias en una familia en Cataluña (si, si, en Cataluña) y adoraba todo lo que tuviese que ver con nuestro país.
Fue él quien insistió a Arnault para hacerse con LOEWE y replicar el éxito internacional de Vuitton en el mundo. Pero segundas partes no son buenas y Loewe no era Vuitton. Y Madrid no es París. Todavía. En Loewe, despojaron a la marca y a la empresa de su espontaneidad, su estilo castizo y sus modus. Cambiaron el producto y la imagen de una marca que era reconocible y vendía. Y hasta ahora.
Cuando supe hace tres años que le iban a relevar de su puesto, pensé cuán duro sería para él no contar con el motor de su vida, su “juguete” durante más de 20 años y con todos los que antes o después fuimos miembros de esa “familia” de Vuitton, que el creaba y renovaba permanentemente.
Me lo imaginé aburrido y perdido sin más desafíos. Pero no pensé que el desenlace fuera tan triste y tan rápido. Yves Carcelle fue un genial estratega, un magnífico comercial, un innovador, el verdadero impulsor del bolso como accesorio clave, un maestro cercano y un gran jefe. Gracias Yves.
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