Escuchar música en directo no tiene ni por asomo el mismo efecto que escucharla grabada. Esta era la gran preocupación de Sergiou Celibidache, director de orquesta insigne y músico destacado del siglo XX. A colación del bolero de Ravel que acompañó ayer noche al desfile de Pertegaz por Jorge Vázquez en el Ayuntamiento de Madrid, incluyo esta versión del Bolero de 1971, liderada por el director de orquesta, compositor y pianista rumano. Magistral.
Celibidache, que había empezado con el piano en su Rumanía natal, se fue a Bucarest a estudiar filosofía, música y matemáticas. Ahí es nada. De allí se marchó a París y más tarde a Berlin, donde se convirtió en director de la Orquesta de la ciudad.
Apasionado por la música, los conciertos y la docencia, impartía cursos gratis a diestro y siniestro. Premiado en múltiples ocasiones y condecorado con la Orden del Mérito de la RFA, Celibidache viajó por el mundo dirigiendo orquestas y enseñando, en Estados Unidos (Filadelfia), Estocolmo, Stuttgart, París o Copenhague.
Desde 1950 se negó a sacar discos de las grabaciones de sus conciertos, aduciendo como explicamos que ninguna grabación es capaz de captar los matices de un directo en sala de conciertos. Y esto ocurrió ayer en el Ayuntamiento de Madrid, cuando desfiló el nuevo Pertegaz.
Con su estilo peculiar, elegante, potente y a su modo, Celibidache logró cautivar a los apasionados de la música del romanticismo, de Toscanini, Bruckner o Tchaikovski.
El que se puede considerar padre de la dirección orquestal del siglo XX, se caracterizó por su espontaneidad, sus ensayos y sus variaciones a los tempos, que a menudo modificaba a su voluntad.
Celibidache creaba así experiencias “trascendentales”, inolvidables y memorables, como su famoso concierto en el Carnegie Hall en 1984. Hay cosas que merecen la pena.
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