Para que las cofradías hagan cosas que no sean procesiones extraordinarias y glorias artificiales es necesario sobre todo que alguien dentro de ellas piense que las procesiones extraordinarias y artificiales no son lo más importante del mundo. El que no vea en las hermandades más que una excusa para echarse kilos y vestirse de negro nunca será capaz de pensar en libros, representaciones de teatro y discos con cierta ambición; el que termine su interés en las cornetas se aburrirá durante todo un año y buscará una excusa para repetir en el duro entretiempo.
La Merced, con su excelente representación de La vida de San Pedro Nolasco, ha escrito la última página al poner vida, con actores entusiastas muy bien dirigidos por Miguel Ángel de Abajo, nada menos que una obra de Lope de Vega, y ha demostrado que en torno a las hermandades hay gente con interés en un trabajo que les invita a superar sus límites, a llegar a donde pensaban que no podían y descubrir cosas de sí que igual ni sabían. Los libros de la Misericordia y el Santo Sepulcro, ambos excelentes con objetivos distintos, quedaron hace poco como herencia buena del confinamiento y de las ayudas de la Junta.
Todo esto es bueno y no distrae, porque da la casualidad de que estas tres hermandades, y son ejemplo que siguen otras muchas, son además excelentes cofradías en la calle, que andan como tienen que hacerlo y no tienen cortes, cuidan a sus nazarenos y gustan a quienes las ven hasta el punto de no querer separarse de ellas y ofrecen a sus titulares patrimonio excelente. Es decir, que cuando hay que salir a la calle lo hacen como los mejores. Esa es la paradoja: que quien piensa que las hermandades son sólo costales y cornetas termina por hacerlo mal cuando por fin tiene que salir a la calle aunque sea lo único que le gusta. Y entre tanto, los que veían un poco más allá se cansaron de tanto atleta en tirantes y se marcharon a lugares donde no fueran figuración.