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Blogs La capilla de San Álvaro por Luis Miranda

La sencilla perfección

Sucede entonces que el corazón se vuelve tan frugal que anda buscando aquello que no es pobre ni simple, sino que de pura perfección no necesita nada más

La sencilla perfección
Rosario de la Dolorosa del Señor de la Caridad tras pasar bajo el Portillo. FOTO: ROLDÁN SERRANO
Luis Miranda el

Hay quien dice que la sencillez en las cofradías es el refugio de los vagos que duermen la siesta a los pies de una imagen que puede con todo. Es una verdad a tiempo parcial, para los momentos en los que es necesario romper el pomo del perfume del esfuerzo y la dedicación. También es cierto que cuando la grandiosidad se enriza y se hace retórica para hablar sólo consigo misma se convierte en grandilocuencia, pura palabrería aparatosa que se hincha como una palomita de maíz.
Sucede entonces que cansa y empacha y el corazón se vuelve tan frugal que anda buscando aquello que no es pobre ni simple, sino que de pura perfección no necesita nada más que algo que permita disfrutarlo en un buen lugar. Cuando la Dolorosa del Señor de la Caridad salió hace pocos días para su rosario de todos los años, quienes la encontraron quedaron con la sensación de que nada faltaba.
La imagen granadina es un tesoro único en esta Semana Santa donde a pocos se les ocurre irse por un camino que no tenga huellas. A la misma altura de quien reza, no hacía de la calle templo, sino capilla íntima, oratorio privado en el que refugiarse, sagrario alejado de los ruidos de fuera.
A ratos se le escuchaba el llanto o parecía los dedos se movían al entrelazarse o que el viento iba a mover los pliegues tallados del manto. Nadie era capaz entonces de acordarse de si eran andas o paso, porque la Virgen no dejaba que nadie mirara otra cosa que Ella.

La Dolorosa del Señor de la Caridad, en su rosario de 2022. FOTO: MIGUEL ARROYO

Caminaba envuelta en la unción que siempre derrama y flotando en el canto de los instrumentos de viento-madera por una Córdoba casi clandestina y hermosa desde la arquitectura hasta los mismos nombres: Zapatería Vieja, Abades, Osio, Badanillas y hasta el Portillo que parecía hecho para su altura. En el recogimiento no habría nadie que echase de menos un paso enorme, una candelería arquitectónica, una carrera oficial por calles enormes como si las cofradías no hubiesen nacido para Córdoba y tuviesen que desbordar su sabia proporción.
En la memoria estaba todavía la Magna de Antequera y el recuerdo de tronos lujosos y pequeños, llenos de palios armónicos muy bien bordados y peanas de carrete, sordos a modas y estándares, perfectamente barrocos como lo tuvieron que ser las cofradías antiguas de Córdoba, porque todo lujo que no ayude a la imagen y quiera ser demasiado llamativoes superfluo. El catedrático de Historia del Arte Alberto Villar cuenta que guarda un buen recuerdo de la coronación de las Angustias, siempre tachada de modesta, porque para él fue la ocasión de ver a la imagen en la calle a la humana altura de su peana barroca y de embelesarse con Aquella que lo es todo por sí misma.
Será fiebre de un día, borrachera de una belleza para pocos o desvarío de entretiempo, pero hay días en que parece que en cierto momento las cofradías tomaron el camino equivocado.

Liturgia de los días

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