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Blogs La capilla de San Álvaro por Luis Miranda

Hacer hambre

Luis Miranda el

No hace tanto tiempo (o sí, porque los años van pasando), los primeros tambores no llegaban antes del Domingo de Ramos, y en el transitor sólo por casualidad se escuchaba alguna marcha lejana, por la Onda Media, de aquella ciudad donde la espera sí era tensa y prometedora. Para el resto había que hacer hambre. Acercarse donde ensayaban los tambores. Buscar alguna cinta perdida con saetas y cornetas que se interrumpían al primer quejío. Hallar en la iglesia la llegada de los primeros pasos, todavía huérfanos de las imágenes que les daban sentido. Notar en la piel la tibieza embriadora de la alta primavera, ver que la luz de la tarde decía que era posible.
Y al final, al llegar el Domingo de Ramos, con toda su arrolladora certeza azul, podía decirse que era todo nuevo. No renovado, como eran los días del colegio; ni mucho menos repetido, como las jornadas de la rutina. Era un mundo creado de flores fragantes y trajes nuevos donde la avasalladora presencia de las cofradías borraba todos los recuerdos de un golpe para que a la mente del niño le pareciese que lo que tenía delante no había pasado.
Ahora hay un par de teclas que un santiamén convocan la música y el movimiento de las bambalinas, y unos auriculares que habrían vuelto loco al mismísimo Wagner con la sobrenatural definición de los sonidos, abren a la imaginación fértil la catarata de sensaciones de una cofradía en la calle. Otra cosa serán las emociones. Hace días ya que la música se anticipó a la espera, que el corazón anda saltándose los semáforos y que el impaciente quiere que pase el tiempo. Mañana, al sentir en la frente la levedad familiar y querida de la ceniza, se notará el paso del tiempo y acaso se pedirá por una espera sin destemplar en la que hacer hueco y hambre para después saciarse de emociones.

Liturgia de los días
Luis Miranda el

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