Alucino. «Maniquetas —sic— de berenjenas con pavía y miel de azahar», «bambalinas de coliflor rebozada con alioli». Son algunos de los platos de un «menú cofrade» que un establecimiento de hostelería del Centro de Córdoba ha hecho llegar como oferta a todas las cofradías, para que lo utilicen, a 39 euros por cabeza, en comidas de hermandad. A su vez, una cadena de pizzas a domicilio ha hecho lo propio, pensando en los ensayos de costaleros o en los cofrades que se pasan las noches preparando la salida.
Es la sociedad de consumo, vale. Es el mercado libre, vale… Pero, mire usted por dónde, no me consta que ni ese establecimiento de hostelería ni esa cadena de pizzerías se hayan gastado ni un solo euro en contribuir con la Semana Santa, por ejemplo aportando —directamente o a través de Hostecor— alguna cantidad significativa a la Agrupación o a alguna de las hermandades que en ella se integran. Tampoco tengo noticia, aunque puedo estar equivocado, de que se hayan dejado siquiera cien euros en forma de publicidad en el boletín de alguna cofradía (hay un restaurante de mucha categoría de al lado de la Catedral que sí lo hace, que conste, pero no se inventa platos ni menús específicos para cofrades).
Los hosteleros del centro se han dado cuenta de que los cofrades comen, y han pensado, por tanto, que hay que sacarles algo de dinero, pero sin contraprestaciones de ningún tipo. Ya sé que es una batalla perdida, pero —qué canción más repetida— el único sector que se beneficia económicamente por la mera existencia de procesiones de Semana Santa, en Córdoba, es el de la hostelería, sobre todo en el Centro. Y todavía no se ha dejado caer con un detalle contante y sonante con quien, año tras año, les engorda las cajas y les hace poner en recepción el cartel de completo. Y luego, como hicieron hace cincuenta años, se quejarán si las procesiones se van a la Catedral y dejan el caballo de Las Tendillas más solo que la una.
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