El pasado sábado, el programa «Documentos TV» emitió el reportaje «La fiebre del poker», que analizaba el auge de este juego en nuestro país y sus consecuencias, casi todas negativas a juicio de los guionistas. No genera puestos de trabajo, tributa de forma irregular, se pasea de la alegalidad a la ilegalidad, opera desde paraísos fiscales y es visto por los casinos y por el propio Estado (el mayor de ellos) como una competencia desleal. Si te lo perdiste, como el 97 por ciento de los españoles, puedes recuperarlo en este enlace.Lo más interesante del espacio fue el testimonio de tres ludópata arrepentidos, aunque ninguno de ellos era jugador de póquer, lo que habría sido aún más enriquecedor. Uno le daba al bingo, por ejemplo, hasta que pudo dejarlo hace años. De todos modos, su relato del proceso de adicción parecía suficiente aviso. Los otros dos también hablaron de chavales cada vez más jóvenes tienen que ingresar en las asociaciones de desintoxicación.
Otra de las virtudes del documental era la gran cantidad de fuentes y testimonios a los que recurría. Amas de casa, estudiantes, guionistas y directores de cine, presentadores de televisión, responsables de diversas casas de apuestas y profesionales del naipe hablaron de diversos aspectos de su actividad favorita, de forma que el espectador podía hacerse una idea bastante completa de la situación en nuestro país, donde un millón de personas juegan al póquer una vez al mes.
La tesis, legítima pero algo sesgada, era transparente desde los primeros compases: «Leo Margets podría ser alta ejecutiva en cualquier compañía financiera o tal vez directora general de una empresa tecnológica», decía la voz del narrador, «pero la ha atrapado la fiebre del póquer». Si no fuera público que la barcelonesa se gana la vida con holgura gracias a las cartas, casi daban ganas de llamar a sus padres. Luego se citaba el caso del comunicador Juan Manuel Pastor, «arrastrado por la misma fiebre».
El guionista Iñaki Santos, por otro lado, explicaba los principales atractivos de esta actividad, fácilmente comprensibles: «libertad de horarios, eres tu propio jefe y puedes trabajar desde cualquier sitio donde tengas conexión a internet».
Al final, sin embargo, el programa ponía el acento en el lado económico y salían a relucir bingos, máquinas tragaperras y otros juegos con menor EV (otro día explicamos en qué consiste esto). En cualquier caso, la defensa del jugador como víctima parecía quedar en segundo plano.
El otro día, cenando con unos amigos, dos de ellos defendían que la adicción al juego es tan peligrosa como las drogas. Siempre que puedo pregunto a la gente que conozco y descubro que no es una idea infrecuente. Sería bueno saber qué piensa el lector…
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