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Sheldon Adelson y el abogado del diablo

Federico Marín Bellón el

El canal Odisea estrena el viernes el documental «Sheldon Adelson, el emperador de los casinos», que puede presumir de dos virtudes: es bastante equilibrado (aunque pasa por alto algunos aspectos oscuros) y permite al magnate explicar su filosofía empresarial. Se han gastado millones de palabras en describir al personaje, quien por primera vez expone en público su visión del negocio. Sin necesidad de hacer de abogado del diablo (y que nos perdone el diablo), sería injusto omitir algunas de las cosas que el de Boston hace bien. En cuanto al programa, de producción francesa, no habla de Alcorcón ni de Eurovegas, ni falta que hace.

En realidad, Odisea dedica toda la semana al juego con algunos trabajos bastante interesantes. No menos apasionante fue la lección magistral que Raúl Mestre ofreció en la comida de presentación para la prensa. En un foro no muy especializado, el valenciano explicó con su habitual clarividencia aspectos no tan evidentes del juego.

El primer documental, «Póquer: tiburones y peces» (lunes 22, a las 23.00; la hora es la misma todos los días) interesará a muchos seguidores de este blog. Proviene de la tierra de Angela Merkel y es una buena aproximación al juego favorito de muchos de vosotros.

Le sigue «Feligreses, ¡hagan juego!», prometedor documento de la BBC, premiado en varios festivales, sobre un grupo de pastores y líderes espirituales cristianos que se ganan la vida menos eterna con el blackjack. Son ya 25 personas, entre las cuales no faltan debates internos y externos sobre si se puede ser un buen cristiano y al mismo tiempo jugador profesional. (Martes, a las 23.00).

El miércoles, es el turno de «Apuestas deportivas, mafia y corrupción», que viene a contarnos lo que ya sabemos y que las casas de apuestas mueven más dinero que el tráfico de drogas. La película viene de Francia, donde conocen bien el problema, como ha podido comprobarse con algunas de sus estrellas de balonmano, por ejemplo.

El jueves, toca «Louis Theroux en Las Vegas». El showman y presentador ofrece su mirada sobre los casinos de la ciudad del vicio y muestra a los grandes perdedores del negocio, incautos jugadores sin formación que bailan sobre la fina línea que separa la inconsciencia de la ludopatía.

En algunos hoteles de Adelson se tiran todos los días más de un millón de barajas, cuyo fabricante es secreto por motivos de seguridad

El viernes llega por fin Sheldon Adelson, con un repaso a su vida y milagros grabado este mismo año por Bonne Pioche y France Télévisions. El recorrido, de Boston a Alcorcón, omite la última parada pero pasa por Macao y Singapur. Hijo de un taxista y habitante de un pequeño apartamento lleno de gente, Adelson subió el primer peldaño de su escalada cuando a los doce años le pidió un préstamo a su tío para comprar el mejor puesto de periódicos de Boston. Entonces descubrió que «hacer las cosas de otro modo es como se alcanza el éxito». A los 30 ya era millonario y, aunque luego lo perdió todo, tuvo el coraje de empezar de nuevo. El camino ya lo conocía.

En 2001, Adelson prometió al Gobierno chino inversiones millonarias, quizá os suene de algo, con una una filosofía clara: el juego estaría controlado, las drogas serían invisibles y la prostitución, discreta. Cuando abrió el Sands Macao, causó furor entre la población de todo el país, que llegaba a manadas en trenes o por cualquier otro medio de transporte. «Cuando ves a los chinos hacer un brindis, siempre se desean suerte, nunca salud», cuenta Adelson encantado.

El Marina Bay de Singapur, visto desde la piscina de la azotea, situada a 300 metros de altura, y desde la calle, en una foto de AFP

En diez meses, ya había rentabilizado la inversión necesaria para levantar el hotel, que se le había quedado pequeño. Fue cuando decidió erigir, en 2004, una réplica del Venetian de Las Vegas, con una particularidad (en Macao el casino está en las tripas, casi escondido) y la misma premisa: «Nadie debe salir del hotel». El cliente dispone de todo lo que necesita, para que no se gaste ni un dólar en los negocios de la competencia. Permanecen constantes la temperatura y la luz, siempre artificial. La natural solo se puede ver desde las habitaciones, cuyas ventanas no se pueden abrir, se supone que para evitar tentaciones suicidas. El tiempo se detiene mientras los clientes juegan. Y por si se pone en marcha, en ningún lado hay relojes.

El documental habla con los artistas que trabajan en los casinos (cantarines gondoleros, saltimbanquis, payasos, malabaristas), un ejército invisible de 12.000 personas, solo en el Marina Bay de Singapur, que habita una ciudad subterránea bajo el hotel. Resulta instructivo escuchar al diseñador, a los refinados chefs y al jefe de seguridad, emocionado por el reto de atrapar a los tramposos, que caen porque «se vuelven codiciosos».

El dinero, siempre bajo vigilancia. Confiar en alguien es «una falta de ética profesional»

Todos están sujetos a vigilancia en un lugar que mueve montañas de dinero y jubila más de un millón de barajas cada día. Confiar en alguien, de hecho, se considera «una falta de ética profesional». Al mismo tiempo, es imprescindible la discreción con los inquilinos, que reciben un trato excelente, del que podrían aprender muchos en España y otros países. Adelson relata con regocijo la carta de un cliente que agradecía el trato recibido pese a que perdió varios millones jugando, como si fuera un chiste de Gila. «Es emocionante», dice el tipo, que ya no juega por dinero porque no le cabe más en los bolsilos, pese a lo cual sigue dominando las partidas e imponiendo sus condiciones allá donde decide sentarse a jugar.

Y todavía quedan dos documentales. El sábado se emite «China: adictos a la suerte», documental de Luxemburgo que explica la pasión por el juego de un país superpoblado y en el que solo se puede apostar con dinero en Hong Kong y Macao.

El domingo termina la serie con «Póquer, en la piel de un jugador», de origen francés, que ya ha emitido alguna cadena en España, no recuerdo dónde lo vi (La 2 o algún canal de pago, casi seguro), porque es el menos reciente de todos. Las cámaras siguen a cuatro profesionales: Isabelle Mercier, Joe Hachem, Fabrice Soulier y Luca Pagano, que cuentan la película según les va, que no es del todo mal.

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